jueves, 31 de diciembre de 2020

ALFREDO OTERO MARTÍN, CONFITERO DESDE LA MILI

Mis personajes favoritos (Nº 275).

Alfredo (Llanes, 1956) lleva en el oficio de confitero desde 1978, aunque, al principio, parecía que el destino iba a señalarle un sendero profesional distinto. Después de terminar los estudios en el Instituto, se matriculó en la Universidad de Oviedo, en Empresariales, pero él no era mucho de estudiar. Sólo hizo el primer año de carrera.
Estuvo a punto de salirle, a continuación, un empleo en una oficina bancaria de la villa, pero la mili, a la que marchó voluntario, desbarató esa posibilidad.
Fue destinado a la Residencia de Suboficiales del Milán, en la capital asturiana, y sería allí, precisamente, uniformado de caqui, donde la repostería tomó forma de opción de futuro más clara para él. Por aquellos días de 1977, su hermana Elisa había abierto ya la confitería Ortegal, que se venía a sumar a El Fito, la pastelería que tenían sus padres, pero no eran ellos los que hacían los pasteles, sino que se los servía Genín (el maestro confitero Eugenio Sánchez Menéndez). Cuando éste se jubiló, decidieron abrir, entonces, un obrador en el Cuetu y ponerse manos a la obra.
Alfredo, mientras tanto, que no tenía aún ni remota idea de cómo se elabora un pastel, aprovechó su estancia en el servicio militar para empezar a aprenderlo. De 6 a 10 de la mañana era el tiempo propicio para escaquearse e ir a la confitería Asturias, en la calle Covadonga (con cuyos dueños le puso en contacto Ataúlfo, el director de la oficina de Banesto en Llanes, que era muy amigo de su padre), y allí tomaba buena nota con aplicación de todo lo que hacían.
En 1978, al licenciarse, se incorporó al obrador del Cuetu, y hasta ahora.
Trabajaba con ellos Lolo Darrosa, que luego decidió establecerse por su cuenta y abrir la confitería Loyma en la calle Mayor. La marcha de Lolo hizo que Alfredo tuviera que asumir toda la responsabilidad en la elaboración de los productos, y en ese primer momento le vinieron al pelo los apuntes que le había pasado Agustín Rozas Ramírez, hermano de su abuela materna, Elisa, y profesional de mucho recorrido en el ramo.
Hijo de José Otero Noriega y de Juana Martín Rozas, Alfredo tiene dos hermanos: Elisa y Pepe.
En 1981, a los veinticinco años de edad, se casó con Carmen Mary González Gómez, nacida en México, hija de Ángel González Alonso (ya fallecido), natural de Hontoria, y de Carmen Gómez Fernández, de Barro. El matrimonio tiene tres hijos: Lucía, casada con Jagoba Mentxaka; Alfredo, casado con Alia Patiño Mones, maestra de escuela, y Nacho; y tres nietos: Simón (hijo de Lucía y Jagoba) y Rodrigo y Lucas (hijos de Alfredo y Alia).
Alfredo Otero Martín y sus hermanos, Elisa y Pepe, son propietarios en la villa de tres acreditadas confiterías: “El Fito”, “Ortegal” y “Guirlache”.

LAS DAMAS DE "LA MONCLOA"

Mis personajes favoritos (Nº 274).

En la calle Mayor, esquina a la plazoleta del ingeniero Garelli, se formaba en los años 80 y 90 del siglo pasado una tertulia -bautizada como "La Moncloa"- en la que participaban mujeres de mucho remango (antiguas pescaderas, la mayoría, que vivían a escasos metros de allí).
Las veíamos inmutables al paso del tiempo. Eternas. Muy cercanas a nosotros y a nuestras circunstancias. Daba gusto saludarlas cada día. Aquellas dicharacheras damas de luto, sacrificadas, valientes, eran supervivientes del oleaje de la vida. De los golpes de la vida. Honestas y rebelludas. Fuertes como robles. Fuentes de sabiduría. Coñonas. Conocedoras del percal. Sin pelos en la lengua. Formaban parte del alma del Llanes de siempre.
Cada una era un libro. Un testimonio de historia viva y sin medias tintas.
Ahí las tenemos a las ocho, ya jubiladas, en su punto de reunión en la solana, en su cuartel de invierno, fotografiadas (en 1984, tal vez) por Ruth Brendel, la esposa de José Luis Mijares Gavito, uno de los máximos valores del llanisquismo: de izquierda a derecha, Amalia Amunárriz, María Quiroga Asueta, Angelina Gutiérrez Martínez, María Sotres González, Rosario Puertas de la Vega, Justa García González, Delifa Berdial Haces y Josefa Sierra Pis.

PEDRO GARCÍA SÁNCHEZ: LA MAR COMO DESTINO


Mis personajes favoritos (Nº 273).
Con Pedro García Sánchez (Llanes, 1948), el popular marinero de raza Pedrín el Dañín, charlo algo cuando voy a la Residencia Faustino Sobrino a ver a mi hermano. Sus piernas ya no son lo que eran. Denotan vaivenes de inseguridad y necesitan el imprescindible apoyo de una cachava. Pero se le ve bien, de otra manera. Con un pitu humeando entre los dedos. Pendiente siempre de todos los que nos acercamos a la verja de la entrada.
Su padre, José García Cabanzo (al que llamaban “el Dañín”), llanisco, era un destacado miembro de la Cofradía de Pescadores. Su madre, Joaquina Sánchez Sánchez, de Vibaño, trabajaba en la SADI, la fábrica de quesos y mantecas de San Antón, y también se ganaría la vida limpiando la oficina de Correos. El matrimonio tuvo tres hijos: Marlene, Jesús, que se estableció en Las Palmas de Gran Canaria, y Pedro. Vivieron un tiempo en la planta baja de la casina de Pedro “el Sordu”, hasta que se trasladaron a una de las viviendas sociales que se construyeron durante los años 50 en el Barriu.
José García Cabanzo cuidaba la embarcación “Don Paco”, del arquitecto Francisco (Paquito) Saro Posada, hijo del que había sido seis veces alcalde don Paco Saro Bernaldo de Quirós. Solían faenar a la cacea, y Paquito le daba un jornal. Compró luego una motorina, la “Marlene”, pintada de rojo, muy apta para salir a la sardina, a calamares y a centollos, al bareque y al palangre.
En los días de la posguerra, que parecía no tener final, Pedro fue a la escuela pública y al colegio de La Arquera, y a los quince años le tocó incorporarse a la mar, para aprender el oficio al lado de su progenitor (quien poseía, primeramentre, una lancha de remo, la “Méndez”, y más tarde la motora de color encarnado que dejaría a su hijo pequeño). Con un prolongado paréntesis: la mili, que cumplió en el Ferrol, por la Marina, al igual que su hermano Chucho.
Lobo solitario como el Tío Pepe (otro marinero ilustre), y muy tímido, soltero empedernido y mocero impenitente. Así fue Pedrín desde joven. Cuando vendió la lancha heredada de su padre, se enroló en la "Eloína", con los hermanos Estanislao y Tisto Herrero Melijosa al timón, y selló de este modo su unión con la mar hasta el final de su vida activa. Pedrín siempre había descartado cualquier otra alternativa de trabajo.


ROSANA SANZ RODRÍGUEZ: SURFEAR ES VIVIR

Mis personajes favoritos (Nº 272).

Cuando tenía 8 o 9 años, Rosana, que siempre andaba con sus amigas cerniendo y divirtiéndose por la calle, llegó a jugar entre piedras derruidas, entre las vigas y los ladrillos descompuestos del Hotel México, que alguien había decidido demoler sin piedad, y aquella estampa de crías que jugaban al escondite en medio de una devastación quizás encerraba un valor simbólico. Era la metáfora de una grandeza hecha añicos. La percepción de que algo empezaba a irse al garete sin remisión.
Rosana Sanz Rodríguez (Llanes, 1979) ha mamado el llanisquismo desde la infancia. Es una enamorada de su tierra y de las señas de identidad de un Llanes que sigue siendo Llanes, a pesar de tantísimo patrimonio urbano perdido, y en el que ella se siente feliz.
Nunca quiso salir de aquí. Hija de José Manuel Sanz Peña (fontanero llanisco) y de Rosa Rodríguez Novoa (peluquera y manicura nacida en Lugo), Rosana hizo en la villa los estudios de Técnico Superior en Administración y Finanzas. Le surgieron ofertas de empleo fuera, pero las fue obviando. De salir de Llanes, nada. Trabajó doce años en la oficina de Viajes Halcón, y cuatro más en una constructora de Unquera. Pero en 2016, cumplidos los 37, descubrió el surf, y eso dio un giro total a su existencia. Dejó la acomodada vida de oficinista y se lanzó a coger olas, con su innato sentido de la libertad. En ese nuevo horizonte que se le ha abierto, esta inteligente y alegre moza compagina su labor profesional en una escuela de surf en Llanes con la dedicación al negocio familiar, ya que sus hermanos, José Manuel y Juan, le ofrecieron un puesto de trabajo en la sidrería El Almacén.
Toda la familia es del bando de La Magdalena (su padre y sus tías, las mellizas Ana y Mari Carmen, se criaron y vivieron en la calle Mayor, en Manuel Cue y en Cimadevilla), a pesar de que la güela paterna, Anita Peña, era mucho de la Guía.

FIDEL BUENO, UN PINTOR JUNTO A LA PLAZA

Mis personajes favoritos (Nº 271).

Desde críos, en Llanes veíamos siempre en verano a un determinado número de pintores hacer su trabajo en la calle. Cargados con su caballete, con su silla plegable, con sus paletas embadurnadas, sus pinceles y sus tubos de pintura con los colores básicos, buscaban la belleza aún inédita de la villa. José Purón Sotres, César Pola, Jesús Palacios, Tetsuo Hirata, Margarita Cabeza…, se apostaban en los muelles, en la Barra, en el Sablín, cerca de la Compuerta, en San Antón, en San Pedro y a ambas orillas de la Ría.
Esa tradición la sigue manteniendo viva Fidel Bueno, un pintor de Zaragoza que nos viene visitando, año tras año, desde 1969. Aparece siempre a últimos de junio o primeros de julio, para pasar el estío pintando en la calle, en un rincón cercano a la plaza de Parres Sobrino. No suele moverse de allí. No lo necesita. Conoce tan bien el paisaje llanisco que lo pinta de memoria, y en este ejercicio, aparentemente mecánico, deja el alma. Nos gusta verle metido en lo suyo, ajeno al trajín urbano, pero abierto en todo momento a la charla con los viandantes y curiosos. Los turistas le preguntan que dónde está tal sitio o cómo se llega a tal otro, y él les informa con absoluta precisión, mientras pone una ligera pincelada sobre el lienzo.
Huésped temporal y discreto en barrios castizos, como el Barriu Bustillo o el Cuetu, tiene interiorizadas hasta la médula las singularidades de Llanes.
Fidel es tranquilo y buen conversador. Le gusta hablar de pintura, sobre todo, pero es un hombre informado y reflexivo, y puede abordar cualquier tema. Cuando hablamos de algo que le llega especialmente al corazón (la falta de respeto al prójimo, por ejemplo), adopta entonces un énfasis más marcado y te mira fijamente, pero en seguida suaviza su discurso con la sonrisa de alguien que ha vivido mucho.
Sus obras entran por los ojos. Es un pintor realista, de trazo fácil, y sus óleos y acuarelas presentan una factura que quiere ser academicista.
Ha expuesto habitualmente en su tierra natal, pero también lo ha hecho en Vitoria, Logroño, Guadalajara, Madrid, Barcelona, Huesca, Laredo, Comillas, Santander, Oviedo, Gijón y Llanes. Incluso en el extranjero: en Brno, (República Checa), Siena (Italia), Rotterdam (Holanda), Braga (Portugal) y Oslo (Noruega). Ganó el Primer Premio de Pintura del Ayuntamiento zaragozano, y en la casa natal de su paisano Francisco de Goya, en Fuendetodos, se pueden ver algunos cuadros suyos.
Llanes ha cambiado enormemente en estos cincuenta años transcurridos desde que él nos viene a ver, y el turismo ha caído en la masificación, pero Fidel Bueno sigue resistiendo cada verano en su pequeño rincón de arte y de sosiego.
(La imagen corresponde a la exposición antológica que presentó en la Casa Municipal de Cultura de Llanes en septiembre de 2007).

JOSÉ LUIS SOTRES ALLES: SIMPLEMENTE, PEPE "CHALECO"

Mis personajes favoritos (Nº 270).

Hijo de Ramón Sotres de la Fuente, de Pancar, y de Encarnación Alles Pérez, de San Roque del Acebal, José Luis nació en el Cuetu Baju en 1938. Su padre fue el primer chatarrero que hubo en Llanes después de la guerra, y su madre, modista.
A Ramón Sotres le llamaban “Chaleco”. Era huérfano de padre, y un día de mucho frío la madre le puso, entre la ropa de abrigo para ir a la escuela, un chaleco que había sido de su marido. La prenda le quedaba al crío demasiado grande, y dio motivo a que sus compañeros de clase se mofaran de él: “¡Chaleco! ¡Chaleco! ¡Chaleco!”, le decían. Ése fue el origen del mote familiar.
José Luis, que lo ha heredado con gusto, es el segundo de tres hermanos. El pequeño es Carlos, y el mayor, Moni, que nació prematuramente, en un momento dramático: el 5 de septiembre de 1937, día en el que entraron en Llanes las tropas de Franco. Moni era sietemesino (seguramente como consecuencia de las terribles circunstancias de la guerra) y vino al mundo sin habla. Se crió en San Roque del Acebal con los abuelos maternos y no se le curó la mudez hasta los siete años.
José Luis aprendió a leer con Victorina, una maestra que daba clase en el Cotiellu, y fue alumno del colegio de las monjas, de La Arquera y de la escuela pública. También estuvo interno en Comillas con los jesuitas, pero lo dejó al cabo de medio año, al no tener clara la vocación del sacerdocio.
De vuelta a Llanes, trabajó en el taller de fontanería de Usúa, en la avenida de la Paz, fue delineante del Ayuntamiento y se dedicó a identificar fincas, a partir de la fotogrametría aérea que le iba pasando una empresa.
Luego voló a otras latitudes.
Fue alumno de la Escuela de Mecánicos de la Aviación en la Virgen del Camino, en León (donde haría el servicio militar); delineante en Solvay (Torrelavega); operario en la construcción de calderería y estructuras metálicas de “Noguera Hermanos”, en Bilbao (empezó como peón y llegó, en un año, a ser jefe de taller); especialista en transportadores y maquinaria de elevación en la empresa Krug de Basurto; proyectista y supervisor de fabricación en la empresa “Graver”, para la que trabajó durante varios meses en Taiwán; y jefe de mantenimiento de equipos auxiliares de Altos Hornos de Vizcaya... Todo sin haber hecho carrera universitaria alguna.
José Luis, que ahora vive en Llanes, fue, esencialmente, un emigrante aferrado a sus raíces. Formó parte de la Coral “Irutasun Abesbatza” de Algorta y compuso la letra de una canción, “Soy de Llanes”, armonizada por el director de esa formación coral, el organista y profesor del Conservatorio de Bilbao Pedro Guallar. La pieza fue estrenada por “Irutasun Abesbatza” en la Basílica de Santa María de Llanes el 29 de junio de 2002.
José Luis se casó en 1961 con Ana María Landache (fallecida en 2003), y tuvieron tres hijas: Ane, Nerea y Leyre; y cinco nietos: Paula e Iñigo (hijos de Ane), María (de Nerea), e Iwo y Tiago (de Leyre).

PEDRO VÍA ROIZ, DE LA ALTA ESCUELA DE CAMAREROS

Mis pesonajes favoritos (Nº 269).

He aquí un camarero de raza. Un profesional con galones. Mamó el oficio desde bien crío a la sombra de Amable Concha, el inolvidable industrial de Los Callejos, cuyas empresas han sido siempre, en México, en Llanes y en Madrid, paradigma de alta escuela de hostelería.
Pedro Vía Roiz, de San Roque del Acebal, hijo de Antonio y de Teresa, aparece en esta fotografía junto al general Sabino Fernández Campo. La hice en el salón de actos del Centro Asturiano de Madrid, a finales de la década de los años 80.
Pedro era entonces concesionario y maitre del prestigioso restaurante "La Fonte la Xana", en la segunda planta del Edificio Asturias, en la calle Farmacia de Madrid, esquina a Fuencarral, con la eficaz Josefina de la Fuente a los mandos de los fogones. Fernández Campo siempre le demostró gran afecto. El secretario de la Casa Real almorzaba discretamente en un reservado del restaurante muchas veces: unas, con Adolfo Suárez; otras, con Manuel Fraga; otras, con Santiago Carrillo; otras, con Alfonso Guerra..., durante la bendita época de la Transición. En una ocasión fueron a comer allí los Reyes de España, seguramente por recomendación del propio Sabino. Siempre era Pedro el que atendía a los comensales.
Me siento muy honrado de haber hecho esta fotografía a estas dos personas, muy queridas por mí y muy importantes en mi vida. ¡Qué buenos recuerdos me trae de la profesionalidad, de la bondad y de la laboriosidad de Pedro, y del trato que mantuve con él durante los dieciséis años que pasé en Madrid!
Pedro, Samuel y Laura son sus tres hijos. Tan buena gente como su padre y su madre.

LORENZO LAVIADES, UN OLVIDADO ESCRITOR LLANISCO

 

Mis personajes favoritos (Nº 268).

Da un poco de pena el desconocimiento que existe en Llanes acerca de este escritor local. Ya lo había anticipado Luis Vela en su libro “La Naturaleza es palabra”: “En cuanto a tu obra, no sé si se admirará justamente”. Ni se admira ni se conoce, creemos nosotros.
Hijo de Pedro Laviades Amieva, natural de Ardisana, y de Amalia Fernández Alea, de San Esteban de Leces, Ribadesella, Lorenzo Laviades Fernández nació en Llanes el 30 de noviembre de 1908. Tenía tres hermanas: María, Isolina y Carmen. Los abuelos paternos fueron Manuel, de Mieres, y Josefa, de Ardisana; y los maternos, Francisco, de San Esteban de Leces, y Ramona, de San Miguel de Ucio, en el concejo riosellano.
Cultivó su vocación literaria desde la infancia. No era un niño como los demás. Una deformación física le impedía participar en los juegos de sus compañeros. Fue inevitable en él un cierto retraimiento, o un recogimiento interior. Siempre estuvo delicado. Era un rapacín que, en vez de jugar al balón, observaba el mundo y leía. Maduró pronto, asumiendo su fragilidad con resignación y fe cristiana.
Fue uno de los más fieles colaboradores del semanario EL ORIENTE DE ASTURIAS, en cuyas páginas aparecían frecuentemente artículos suyos sobre política internacional, que nos ayudaban a entender lo que estaba ocurriendo en el mundo. Trabajos periodísticos de opinión, sobre asuntos más cercanos también, que se deberían haber recopilado, en su momento, en uno o dos volúmenes.
La obra de carácter literario de Lorenzo Laviades, en la que desplegó una narrativa marcada por el humanismo cristiano y por su amor al terruño, podemos encontrarla desparramada en los números extraordinarios de El Oriente. Se trata de narraciones cortas, de cuentos, de relatos breves, en los que siempre está presente Llanes, especialmente el Llanes de su infancia y de su juventud.
Su única novela publicada, “Blas el Pescador”, vio la luz en 1986 dentro de la colección “Temas Llanes”, y se recrea en ella el modo de vida de la villa llanisca en los años 20. Lorenzo nos habla de un microcosmos en el que cobran protagonismo rincones urbanos esenciales, como la Callejina de las Brujas o el Campu del Gatu; el Colegio de La Arquera; la presencia de los indianos, la lucha y la precariedad de los pescadores, el rol de las fábricas de conservas de pescado y salazón en la economía de supervivencia de las familias; las costeras del bonito y del bocarte; la venta ambulante de las pescaderas; la antítesis de las sombras de los señoritos del Casino… Noventa y dos páginas sin desperdicio, que Ignacio Gracía Noriega veía en la línea de novelas como “José”, de Armando Palacio Valdés, o como “Sotileza”, de José María de Pereda.
Lorenzo Laviades vivió gran parte de su vida en Madrid, con sus hermanas. Trabajaba en una oficina bancaria, y al término de su jornada laboral, los números y las cuentas dejaban paso a las imágenes e ideas que surgían en su imaginación para construir historias hasta la hora de la cena. Los domingos de aquel Madrid de toreros, tunas y Seiscientos, salía, siempre trajeado, a comprar libros viejos en la cuesta de Moyano, muy cerca de donde tenía su domicilio, con la ilusión de encontrar tesoros. Y los encontraba. Algunos de esos libros me los regalaría después, ya en Llanes, y los guardo como oro en paño.
Laviades me dio libros y también consejos, válidos para todo aquel que tenga vocación de escribir. Me insistía en que cuando viene una idea, no hay que dejarla escapar. Me advertía que esas ideas furtivas sólo llegan una vez, y hay que atraparlas al instante, dondequiera que uno esté. Me decía que él solía apuntarlas en el billetín del Metro, cuando le pillaban en el viaje de ida o de vuelta del trabajo. “Si se te ocurre algo interesante para escribir, Higinio, no dejes de apuntarlo. No te fíes nunca de la memoria. Si estas ya metido en la cama para dormir y te viene una inspiración, levántate, enciende la luz y anótala, pues lo más probable es que esa idea ya no te vuelva a venir más”.
Cuando se jubiló, regresó con sus hermanas a su Llanes natal. Vivían en un callejón detrás del bar de Matute. Al igual que en sus vacaciones estivales, resultaba fácil verle de tertulia en el Puente y en el taller de zapatería de Pancho, el de Cue, al lado del Bar del Muelle. José Luis Buergo Vélez, que editaba y dirigía en Madrid la revista CRÍTICA DE ARTE, quiso hacerle un homenaje (al que se iban a adherir numerosas personas e instituciones de la villa), pero Lorenzo Laviades, discreto, esencialmente tímido y con su vocación de imposible invisibilidad, lo rechazó de plano con una sonrisa.
Falleció el 14 de enero de 1991.
(Fuentes hemerográficas y archivísticas: “Lorenzo Laviades”. Artículo de Higinio del Río, publicado en Número extra del semanario EL ORIENTE DE ASTURIAS correspondiente a 1991, pág. 107; “Del celo catalán a la dejadez asturiana”. Artículo de H. del Río, publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA, de Oviedo, el 31 de octubre de 2017; Datos sobre Lorenzo Laviades en el Archivo Histórico Municipal de Llanes (AHMLL): Libro 22, folio 59, número 113).

sábado, 10 de octubre de 2020

RAMÓN FERNÁNDEZ GONZÁLEZ: LA VIEJA NORMALIDAD DEL PAN

 

Mis personajes favoritos (Nº 267).

Pocas cosas hay más tranquilizadoras que ver llegar a casa todos los días al panadero. Esa rutina forma parte de la normalidad de la vida. De que al menos algunas cosas siguen estando en su sitio.
Ramón Luis Fernández González (San Roque del Acebal, 1968), al igual que todos los que ejercen el oficio de repartir el pan, contribuyen desde el anonimato a mantener el funcionamiento de lo cotidiano. Ramón trabaja en “La Estrella de Castilla”. En breve se cumplirán 26 años desde su incorporación a esta empresa panificadora radicada en Posada. Se levanta a las 5 y cumple diariamente un completo recorrido por toda la parte occidental del concejo: Balmori, Porrúa, Parres, La Pereda, Poo, Pancar, Llanes, Cue, Andrín, Soberrón, La Galguera, San Roque, Vidiago…
Su padre, Joaquín Manuel Fernández Turanzas, de San Roque del Acebal, se dedicaba a la ganadería y a la labranza. Su madre, María Elena González Piñera, de Purón, lo mismo. Tuvieron cinco hijos: Conchi, Miguel, Joaquín, Ramón y Daniel.
Los abuelos paternos de Ramón eran Miguel Fernández, tratante de ganado, y María Cruz Turanzas, ambos de Andrín. Alguno de sus hijos emigró a Argentina.
Los maternos, Ramón González y Concha Piñera, eran de Purón. Él, ganadero con raíces en el Palaciu de Parres, había vivido en Puertas de Vidiago. Alguno de sus vástagos marchó a ganarse el pan en Venezuela.
A Ramón, de crío en San Roque del Acebal, le tocó ir a la escuela lo justo. Le daba la clase la maestra doña Balbina, que era de allí. A los catorce años ya empezó a trabajar en casa con el ganado. Después de hacer la mili en El Ferral y en Noreña, entró en el Uniper, al lado del Rocamar, de ayudante de carnicería y de repartidor. Estuvo en él tres años. Pasó a continuación a trabajar con Goyo, el de Pancar, de repartidor de bebidas, y luego con Óskar Kniele, en la fábrica de productos cárnicos que éste tenía en Posada, hasta que llegó a La Estrella de Castilla.
En 1992 se casó con Maite Gay Sánchez, de Naves, y tienen tres hijos: Graciela, que es auxiliar de Enfermería en Laredo, Esdras, pintor, y Taría.

JOSÉ LUIS VEGA VEGA: KILÓMETROS EN LA TEJERA

 

Mis personajes favoritos (Nº 266).

José Luis Vega Vega (Riufríu, 1938), que formó parte de la imagen icónica llevada al cartel de la exposición “La xíriga y los tejeros", organizada por la Casa de Cultura de Llanes, está casado con Isabel Tielve Lledías, de Mestas de Ardisana. A lo largo de su vida, trabajó en varias tejeras: Villafalé (León), Pino de Bureba (Burgos), Buenavista de Baldavia, Saldaña y Santervás de la Vega (las tres localidades, de la provincia de Palencia). En aquella época, recorrían diariamente 25 kilómetros para tender una media de 2.800 tejas. La mayor maserada la registraron en septiembre de 1962: 3.015 tejas. También trabajó en la tejera de San Mamés (concejo de Blimea), antes de emigrar a Francia.
En febrero de 2020, poco antes de que sobreviniera la pandemia del Covid 19, visitó la exposición, acompañado de su hijo, Francisco Vega Tielve, y de su nieto, Francisco Vega Noriega. Ahí están los tres junto a la foto del cartel, silueteada en medio de la sala principal, en la que figuran, de izquierda a derecha, Teodoro Llaca, Joaquín Montoto, Ángel Díaz Balmori y el propio Pepe Luis Vega, en la tejera de Villafalé, en 1960.
José Luis había aportado para la muestra tres fotografías hechas igualmente en la tejera de Villafalé en los años 60, y que incluyo más abajo. En ellas aparecen, en plena faena, Teodoro Llaca, de Los Callejos; Joaquín Montoto, de Vibaño; Teodoro Llaca hijo, de Los Callejos; Pedro Posada, de La Galguera; Manuel Llaca, de Los Callejos; Ángel Díaz Balmori, de La Galguera; Avelino Foyo, de Ríocaliente; Aurelio, de La Robellada, y José Luis Vega, de Riufríu.

viernes, 28 de agosto de 2020

ANICETO RUIZ (CAÑERO) Y ROSA AMIEVA (LA CURINA): DOS ALMAS DE CUE ESENCIALMENTE BUENAS

Mis personajes favoritos (Nº 265).
“Cañero” y “la Curina” forman parte de un pasado que nos llena de orgullo. Llanes, con sus alegrías y sus penas, vivió una época verdaderamente feliz, y ahí estaba entonces, regentando su bar tienda en Cue, esta bendita y ejemplar pareja.
Aniceto Ruiz García, “Cañero” (1925-2005), nació en La Habana, hijo de Aniceto Ruiz Borbolla, de Boquerizu (Ribadedeva), y de Santa García Portilla, de Cue. Era el menor de cuatro hermanos: Ricardo, que murió en Sudáfrica, Santa, que pasó toda la vida en Cue, Francisco (al que llamaban “Bienes”), que moriría en la Guerra Civil, y Cañero.
Aniceto y Santa vinieron de Cuba con sus hijos en 1929. En plena Gran Depresión. Cañero tenía sólo cuatro años, y el padre, que venía algo enfermo, moriría a los pocos meses de llegar.
Cañero y sus hermanos, que perderían también a su madre en 1935, se criaron en Cue con unas tías que tenían la casa en la Barrera, frente al Castañu.
Rosa María Amieva Herrero, “la Curina” (1931-2019), nació en Cue. Sus padres, José Amieva Noceda (1899-1957), de Meré, y María Josefa Herrero Hano (1904-1974), de Cue, tuvieron cinco hijos, y ella era la tercera: Pedro, María Josefa, Rosa, Concepción (que se casaría con José Ortega suboficial mecánico de la Escuela de Vuela Sin Motor) y Carlos. Esta familia tuvo ramificaciones en México. El hijo mayor y el pequeño, Pedro y Carlos, emigraron allí de bien críos, y allí siguen viviendo.
Cañero y la Curina se casaron en la Iglesia de San Román de Cue en 1958 (tenían 33 y 27 años, respectivamente), y ese mismo año cogieron el traspaso del bar-tienda, que hasta entonces habían regentado los padres de ella. Estuvieron al frente del negocio hasta diciembre de 2001, en una honesta laboriosidad sin tregua que él hacía compatible con su afición a cazar, a pescar y a mariscar. En 1960 nació su primer hijo, Francisco (lo bautizaron así en recuerdo del hermano de Cañero que mataron en la guerra), que murió a los cinco meses. En 1964 les nació el segundo, y le bautizaron con el mismo nombre que al primero, salvando el criterio contrario del párroco, que al principio se negaba a ello en redondo.
El bar era un apacible y pintoresco punto de encuentro. Un Edén poblado por gente con buena sombra, tanto del mismo Cue, como de la villa: Cholo (Francisco Gutiérrez Vallejo), Chuly Misioner (“el Ministro”), Víctor Galán, José Manuel Rugarcía, Paulino Romano, el del Banco Herrero, Pepín Torre (presidente del bando de la Virgen de Guía durante muchos años), Cosmín Menéndez, Mario Izquierdo, el de la Renault, Vicente el Segovianu, Quique, el de la Michelín, Carlos Saras… Un ambiente tranquilo y alegre. Sin parangón. Buen vino blanco de solera. Caldo en invierno. No daban comidas, pero siempre podía salir de la cocina para los clientes, en platinos, una garcillada de la rica comida de casa que estaba trajinando la Curina en el puchero.
(La foto está hecha el último día que estuvo abierto el bar. Aunque no se nos ve, en ella estamos también mi madre, Pilar Pérez Bernot, Pancho, único hijo de Cañero y la Curina, y un servidor).

LUIS DÍAZ GUTIÉRREZ, EL DEL "MIRAOLAS"

Mis personajes favoritos (Nº 264).
Decía yo, en un artículo titulado "Un empresario de los que escasean", publicado en LA NUEVA ESPAÑA el viernes 7 de septiembre de 2007, que se están diciendo de José Luis Díaz Gutiérrez (Riocaliente, 1946-Llanes, 2007) las mismas cosas buenas que se decían de él cuando estaba vivo: que si era un probado hombre de bien, un empresario fiable, siempre pendiente del último detalle; que si nadie le igualaba en su autoexigencia de profesionalidad y que se desvivía a todas horas por dar el mejor servicio posible. Estamos, ciertamente, ante un caso infrecuente de unánime reconocimiento social. En la historia de Llanes -en la historia del mundo-, rara vez los panegíricos dedicados a los difuntos se libran de la exageración. Ésta es una de esas escasas ocasiones. El reciente sepelio de Luis, y la pena y el vacío que ha causado su repentina muerte, nos remiten a la general conmoción que produjeron en su día los fallecimientos de Ángel de la Moría -el más grande de los poetas llaniscos- y de José Sordo, el popular médico que trajo a Llanes los rayos X y rozó la santidad.
Como persona y como hostelero, Luis se ganó a pulso la buena opinión que tenían de él sus paisanos, sus colegas y sus clientes. Había emigrado a Suiza en la década de los sesenta, cuando los flujos migratorios a América estaban remitiendo en intensidad, y Europa, en cambio, recuperada ya del drama de la II Guerra Mundial, se convertía en tierra de promisión. Luis se colocó de mecánico en un taller de coches en Berna. A lo largo de 26 años trabajó duro, reparando motores de automóviles de lujo, y se ganó la confianza de su patrón, un hebreo de origen alemán, Herr Schaud, que acaso vio en él al hijo que nunca tuvo.
Conoció allí a Mari Carmen Díaz Ledesma, una emigrante extremeña con la que contraería matrimonio. Tuvieron una hija y decidieron regresar a España. En mayo de 1990 abrieron un hotel en el paseo de San Antón de Llanes: el hotel “Miraolas”, justo enfrente de la “Tijerina”, el centenario edificio de la Sociedad Salvamento de Náufragos. Seguramente, Luis y Mari Carmen nunca se habían planteado convertirse en hoteleros, pero, metidos en harina, supieron dar a Llanes lo que se necesita para hacer coherente la oferta turística: un hotel abierto todo el año (hasta entonces el único que había era el Montemar). Maldita la falta que le hacía a Luis complicarse la vida e invertir sus ahorros en un negocio de hostelería. Sin embargo, decidió complicársela (sólo Dios sabe hasta qué punto) e hizo realidad un proyecto favorable al interés general de Llanes. Sacó adelante una empresa que garantiza una docena de puestos estables de trabajo.
De sus dieciocho años de lucha al frente del Miraolas nos quedarán su imperturbable naturalidad y el par de bemoles con el que construyó -ante más dificultades de las previstas- un espacio de prestigio, incluida una cocina de quitarse el sombrero y un equipo de camareros y recepcionistas que es muy difícil de reunir en los tiempos que corren. En sus salones se instalaron las tertulias del filósofo Luis García San Miguel -quizá las más sabrosas y animadas que hubo en Llanes en los últimos años-; se hicieron presentes figuras de la transición política española, como Sabino Fernández Campo, Pérez Llorca y Herrero de Miñón; y de la cinematografía, como Garci, Paco Rabal, Fernando Fernán Gómez y Alfredo Landa, en sus eventuales rodajes por aquí. Aquel joven empresario de Riocaliente, curtido en los rigores de la precisión helvética, había conseguido sentar cátedra en la hostelería. Ahora que se nos ha ido, estamos más convencidos que nunca de que las “excelencias turísticas” carecen de sentido sin profesionales como él.
(Foto: archivo de H. del Río).

JUANJO LÓPEZ VALLEJO: UNA CASA AL OTRO LADO DE LA VÍA

Mis personajes favoritos (Nº 263).
Durante la época buena del ferrocarril, cuando los trenes iban y venían de Oviedo a Santander, o viceversa, siempre llenos de gente, sin que nadie se estorbase lo más mínimo entre maconas, pollos atados por las patas, maletones de viajantes y paraguas colgados en la parte de atrás de las gabardinas, se desplegaba en el andén una sinfonía de colores y sonidos. De vida, en suma. Las locomotoras reposaban brevemente en la parada, mientras la cantina rebosaba animación y buenos aromas. Los viajeros, al subir al tren para retomar la marcha, reparaban en una casa blanca, de proporciones y hechuras de película de Disney, que se asomaba con timidez al otro lado de la vía, donde empieza Tieves. En aquella casa, que daba la sensación de albergar rutinas felices y sencillas, nació y creció Juan José López Vallejo (1952).
Hijo de Juan López Cuervo, de Lamuño (concejo de Cudillero), y de María Dolores Vallejo González, llanisca con raíces en Parres, Juanjo era el mayor de tres hermanos. Detrás de él venían Dolores y Javier, quien fallecería a los diecinueve años. Su padre, revisor de FEVE, anduvo a la mar en un carguero por San Esteban de Pravia. El abuelo materno, José Vallejo, zapatero, había tenido el famoso cajón de Donato, camino de la iglesia.
Juanjo estuvo en la escuela pública, con don José de maestro, y también en el colegio de las monjas. Después, le tocó inaugurar el Instituto, en el curso 1961-1962, donde hizo hasta cuarto de Bachillerato. A los trece años empezó a trabajar para Antonio Alonso, repartiendo bombonas de butano. Lo que le tiraba, sin embargo, eran las manualidades (la carpintería, sobre todo), y dio la casualidad de que al lado de donde vivía hizo su casa el carpintero Pedro Acebo. Con él aprendería el noble oficio.
Luego, vino la mili en el Ferral, y estando cumpliéndola le surgió la oportunidad de incorporarse a la Cruz Roja en Llanes, donde se había constituido un destacamento desde hacía poco. Lo solicitó, y se lo concedieron. Su jefe era Llorente, buen paisano.
Después, empezó a trabajar con Pedro Acebo, con el que hizo trabajos para la sucursal del Banco de Levante y en varios chalets de turistas de segunda residencia.
Gijón (los astilleros) sería la siguiente etapa de su vida laboral, y después, en compañía de otros, fundaría un taller de carpintería en la misma villa de Jovellanos.
A renglón seguido, León. Estando allí decidió presentarse a una plaza para FEVE, y la sacó. Le destinaron a Santander, Oviedo y el Berrón, sucesivamente, hasta que se jubiló, en 2017. Formaba parte de una unidad de mantenimiento de trenes, en la que se hacía mucha carpintería, aunque luego se fue pasando a la fibra. Siempre vivió en Oviedo.
Está casado en segundas nupcias con la catalana Pilar Guillaumet Catalá. Antes, lo había estado con la periodista de Canal Plus Margarita Menéndez, natural de Sama, de la que enviudó y con la cual tuvo una hija, Constanza. También se quedó viuda su buena hermana, Dolores, que estaba casada con Quico Ballesteros Gutiérrez, hijo del popular “Picadina” y maestro en La Felguera. De esa unión de familias muy queridas en Llanes nacieron dos hijos: Pablo y Agustín.

MALI MIER NORIEGA, ENTRE LA DOCENCIA Y EL COMERCIO


Mis personajes favoritos (Nº 262).
El padre de Mali, Francisco Mier Vega, nacido en Carreña (Cabrales), hijo de Teresa y Francisco, marchó a México cuando tenía 18 años de edad. Allí, a lo largo de un total de once años, sería viajante, trabajaría en una cantina y regentaría un restaurante (el “Cosmos”) en el Distrito Federal. Cuando volvió a Asturias, al cabo de unos cuantos años, para pasar unas vacaciones, conoció aquí a Lili (Guadalupe Lilia) Noriega Oliveras, natural de Noriega (Ribadedeva). La pareja se enamoró, se casó y se estableció en México, donde nacerían sus dos hijas: Maite y Mali (1965).
Lili pertenecía a una familia de emigrantes. Su padre, Alfredo Noriega, de Peñamellera Baja, se había labrado el porvenir en Cuba y en México. Su madre, Concha Oliveras, se había casado en segundas nupcias con Alfredo, tras haber enviudado del hermano de éste, Ramón Noriega. Tuvieron dos hijas, Conchita (que se casaría con Chenín Rodríguez, el de la droguería) y Lili. De su matrimonio con Ramón Noriega, Concha Oliveras había tenido cinco hijos, una de las cuales era Bipola, la esposa de Antonio Maya Conde.
Francisco Mier y Lili Noriega regresaron con sus hijas definitivamente a España en 1965. Mali tenía, entonces, tan solo tres meses de edad. Se establecieron en Llanes, y en junio del año siguiente abrieron la tienda de ropa “May”, en la calle del Castillo.
Es un local con sólidos precedentes en la historia llanisca de finales del siglo XIX y principios del XX. En la primera planta, y hasta 1911, había tenido su sede la sociedad Casino de Llanes, y en el bajo, donde está “May”, abría sus puertas el Café Universal (primero gobernado por José y Emilio Ausejo, “los Navarros”, y luego por Eladio Bengoa), en el que se escenificaban actuaciones de magos, arpistas, violinistas y cantantes, propias de una capital con vocación cosmopolita.
La tienda “May”, que conserva y renueva el toque de distinción que siempre tuvo, la lleva Mali desde 2012 (año en el que falleció su madre), si bien el padre baja todas las mañanas a echar una mano y ocuparse de la contabilidad.
Mali, cuyo nombre es Lilia María, estudió en el Colegio de la Divina Pastora, y después hizo Magisterio en Oviedo. Trabajó como profesora en el colegio de las monjas hasta que se jubilaron sus padres, que fue cuando decidió dejar la docencia y ocuparse ella de la tienda, en la que había estado trajinando siempre, desde cría.
En 1996, contrajo matrimonio con Juan Carlos García Campo, de Miranda de Ebro (Burgos). Tienen una hija (Carmen) y un hijo (Francisco). En cuanto a su hermana, Maite, empleada hasta su prejubilación en la oficina de Cajastur, está casada con el valenciano Juan Carlos Miñana Climent. Viven en Oviedo y tienen un hijo, Miguel.

LUISI SÁNCHEZ PIÑERA, PORRUANA Y MAESTRA DE ESCUELA

Mis personajes favoritos (Nº 261).
Luisi pertenece a ese género de maestras de escuela que saben combinar de una manera natural, vocacionalmente, la rectitud (la autoridad, digamos) con la cercanía y el cariño. Nunca le costó hacerse querer.
Nació en Porrúa (1954) y tiene una hermana, Juani, más joven que ella. Sus padres, Pedro Sánchez Romano y Amalia Piñera Sánchez, muy buenas personas los dos, tenían en Porrúa el negocio “El Cuatro”, bar-tienda y estanco, que fue el primer sitio de allí en el que se instaló un aparato de televisión. Se llamaba “El Cuatro” en recuerdo de un comercio que había fundado en México el güelu paternu de Luisi, Juan Manuel Sánchez Sordo, en el número 4 de una calle sin determinar de Veracruz. El bar-tienda de Porrúa lo había llevado primero la güela paterna de Luisi, Manuela Romano, viuda de Juan Manuel Sánchez Sordo, hasta que emigró a Venezuela, donde falleció. Al emigrar Manuela fue cuando Pedro y Amalia se ocuparon del establecimiento.
De cría, en la escuela de Porrúa, Luisi fue alumna de doña Josefina, una buena maestra de Santander, “de las de antes”; después, pasaría al Instituto, al que se desplazaba (ella y otros jóvenes porruanos) en bici. Agarraban alguna mojadura, claro, pero lo pasaban muy bien y hacían paradas en Pancar. Después de pasar seis años interna en el colegio del Santo Ángel de Oviedo volvería al Instituto a cursar el COU. Iba en mobylette, y entre los compañeros de clase estaban José Antonio Pintado, Javier Menéndez (“Cháveru”) y José Fernández (el de La Bodeguilla).
Tras estudiar la carrera de Magisterio en Oviedo, estaría de maestra interina en Niembro; luego, en Trabada (Villayón), en Gijón, en Nueva y en el Don Orione de Posada, al tiempo que preparaba las oposiciones, que aprobó en 1984. Durante un tiempo estuvo de maestra en Ribadesella, hasta que se incorporó, definitivamente, al Colegio Público Peña Tú de Llanes. Toda una vida dedicada a la enseñanza.  
En 1975 se casó en la iglesia de San Julián y Santa Basilisa de Porrúa con Víctor Pardo Cortina, mestro de Sales (Colunga) que estaba destinado en Parres. El matrimonio tiene dos hijos: Víctor, que es ingeniero industrial en la rama electrónica, y Covadonga, que estudio Ciencias Físicas y trabaja en lo suyo en Londres. Víctor y su pareja, la gijonesa Graciela Sordo, tienen ya, a su vez, un crío y una cría: Alejandro y Daniela.
Luisi está felizmente jubilada desde 2016.

ÁNGEL SANTOVEÑA CELORIO: TEJERO, MADREÑERO Y CARPINTERO

Mis personajes favoritos (Nº 260).
Como todos los hombres de Vibaño, el padre de nuestro personaje, Ángel Santoveña, al que llamaban “el Sordu”, era tejero y madreñero. Durante 42 años marchó a la tejera. Su esposa, María Celorio, “la Coxa”, dedicada a la labranza, también era natural de Vibaño. Ángel y María tuvieron dos hijos: Teodoro, fallecido apenas cumplido el año de edad, y Ángel.
En aquella atmósfera de miseria, como en una narración de Cela o de Delibes, llevaba “el Sordu” a enterrar a su hijo Teodoro en una cajina de pienso para el ganado, y camino del cementerio le paró la pareja de la Guardia Civil. Tuvo que abrir la caja y enseñarles lo que contenía.
Ángel Santoveña Celorio, que nació en 1939, fue a la escuela en Vibaño poco tiempo. A los 14 años, ya tuvo que marchar a la tejera, a Villamanín de la Tercia (León). Fue tejero hasta los 19, y trabajó como tal en otros dos lugares: Saldaña (Palencia) y Matallana de Torío, en la provincia de León (aquí, en la tejera propiedad del abuelo de la conocida periodista de televisión Marta Reyero, Alfonso Reyero, que era muy buena gente, según comentan todos los que trabajaron para él). Desde bien crío, Ángel ayudaba a su padre a hacer madreñas (él las hacía pequeñas, para críos), y luego las llevaba “el Sordu” en un saco a venderlas en el mercado de Posada, como solían hacer muchos otros madreñeros de Vibaño. Alternaba estas tareas con el aprendizaje del oficio de carpintero, primero en un taller que tenían en Balmori los hermanos Argüelles, y luego en Posada, con el ebanista Juan Balmori Posada. De aquélla, les tocó a Juan y a él hacer los bancos para las iglesias de Celorio y de Porrúa. Se libró de la mili por ser hijo único de un padre sexagenario. Después, Ángel formaría sociedad con Pedro González Rodríguez durante 20 años (tenían el taller en Balmori), hasta que se estableció él solo en Posada, donde estuvo trabajando hasta su jubilación.
Ángel tiene muchas amistades. Le quiere todo el mundo. El primer encargo que tuvo cuando era socio de Pedro González fue de parte del general Manuel Díez-Alegría: el portón y el hórreo del chalet que tenía éste en Buelna. Entre el ilustre militar y él nació una muy buena relación (iban juntos a comer alguna vez a “El Llagar” de Cangas de Onís), y Ángel conserva cartas que le escribió Díez-Alegría. Otro de sus clientes era el embajador Alberto de Mestas García, en cuya segunda residencia de Balmori trabajó bastante. Se llevaban muy bien.
En la época en la que iba en bici a Posada, de aprendiz en el taller de Juan Balmori, Ángel conoció a Filomena (Filo) Sánchez Obeso, y en seguida se hicieron novios. Casados desde 1963, tienen cuatro hijos: Ramón, Miguel, Pedro (los tres, carpinteros) y Belén; y siete nietos: Miguel, Martín, Alejandro, Elena, Cristina, Beni e Iván. Filo había dado en los años 90 talleres de cerámica fría en la Casa de Cultura de Llanes.

lunes, 20 de julio de 2020

ÁNGELES HACES, "PI", MAESTRA EN EL REPICADO DE PAÑUELOS DE ALDEANA

Mis personajes favoritos (Nº 259).
Nació, vivió y murió en Pancar. Era modista, oficio que heredó de su madre y que ejerció con maestría. Ángeles Haces, a la que llamábamos todos cariñosamente “Pi”, fue, tal vez, la más cualificada maestra en el arte de repicar los pañuelos de aldeana. Durante cuarenta y un años, en los días de las grandes fiestas de Llanes, desde las 6 o las 7 de la mañana, hacían cola a la puerta de su casa muchas jóvenes, esperando turno para que ella les colocara el pañuelo. Era todo un ritual, que se repetía rigurosamente, año tras año, ante aquella mujer soltera, respetadísima vestal del templo de las más puras tradiciones llaniscas.
En el documental de CIFESA “Romería asturiana”, dirigido por Justo de la Cueva en 1941 y dedicado a la fiesta de San Roque, aparece Pi entre las mozas que bailan el Pericote en la plaza de Parres Sobrino de Llanes, con Manolo Rivas a la gaita y Ramón Sobrino Pérez (el legendario Nino de Pancar) como bailarín más gallasperu.
Ángeles Haces, Pi, era la única llanisca que poseía el título oficial (vamos a llamarlo así) de maestra en el arte del repicado de pañuelos de aldeana. Era un diploma que tenía enmarcado en casa, firmado en los años 60 del pasado siglo por el entonces ministro de Información y Turismo Manuel Fraga Iribarne, en reconocimiento a su labor en pro de conservar las esencias típicas de la identidad de un concejo.
Impartió nueve talleres consecutivos de Repicado de pañuelos de aldeana, organizados por la Casa Municipal de Cultura de Llanes, desde 1991 hasta 1999, en los que participaron más de cien mujeres de distintas edades.
Había que ver lo contenta que bajaba Pi, andando solina desde Pancar, puntualmente a dar las clases… Como una mozuca de cerca de ochenta años, ilusionada y vital, todas y cada una de aquellas tardes.

JOSÉ MANUEL (MANOLÍN) SORDO GUTIÉRREZ, UN BUEN VECINU DEL BARRIO DE "LAS MALVINAS"

Mis personajes favoritos (Nº 258).
Me prestó muchu ver el otru día a Manolín en San Pedro, acompañando al su sobrinu Santi (que trabaja en la sidrería La Casona y é probablemente unu de los mejores camareros que hay en Llanes). Manolín y yo somos vecinos desde jaz casi treinta y tres años en el mismu bloque del barriu de Las Malvinas.
¡Hora era ya de que nos viéramos sueltos por ahí! Durante dos meses, sólu nos podíamos saludar desde las ventanas.
Manolín tien centenares d’ amigos, que lu quieren y lu saludan siempre con cariñu. En los días soleaos, suele bajar a la calle, a respirar la vida por el entornu de la gasolinera. Lo sabe disfrutar y é sociable como él solu. Siempre tien la frase justa pa todos y pa todo:
- “Buenu, Manolín, te dejo, que marcho pitando pa trabajar”, se despide unu.
Y Manolín, seguramente con más razón que un santu, responde inmediatamente: “¡Bah...! ¡Pa lo que te pagan!”
Si el día no está pa salir, otea entonces la vida desde la su ventana, sin dejar de saludar a la vecindá. Unu que pasa, i-pregunta:
- “¡Hombre, Manolín, milagru pa ti! ¿Hoy no bajas?”
Y él, desde las alturas, suelta otra verdá incontestable: “¡Bah...! ¡Pa lo que hay que ver!”
Nació en La Pereda, en 1961, y é el segundu jiyu de Josefina Gutiérrez Romano, natural de La Pereda, y de Manuel Joaquín Sordo Sordo, de Pendueles, que ya falleció. Tien tres hermanas: Pilar, Rosario y Marta.
El padre, carpinteru notable, trabajó muchos años en la carpintería que regentaba César Coro en l’ avenida de La Concepción, al láu del despachu de Butano.
Mi madre, Pilar, que en paz descanse, quería muchu a Manolín (y él a ella, claru), y cuando regresaba los martes del mercáu, cargada con la compra semanal, en seguida bajaba él p’ ayudala a subir el carrín hasta la puerta de casa. (Eso no lo olvidaré yo en la vida).
- “Siempre me daba propinina”, me recuerda Manolín a menudu, aunque pa él, desde luego, eso de la propinina no era lo más importante. Lo importante era ayudala.

domingo, 19 de julio de 2020

CARLOS SARAS GONZÁLEZ, DE LOS DE "LA BOLERA"


Mis personajes favoritos (Nº 234).
Carlos Saras González (Llanes, 1937), hijo de Carlos Saras Iglesias y de Modesta González Fernández, pertenece a la familia de “los de La Bolera”. Tiene dos hermanas, Mercedes y Menchu. El güelu paterno, Isaac Saras, era un marinero de Ondárroa (Vizcaya) que llegó a Llanes, se casó aquí y se quedó para siempre.
Es la rama familiar de la madre la que va unida al negocio de “La Bolera”. El bar de la calle San Agustín, que tenía en la parte de atrás una bolera cubierta magnífica, en la que se proyectaban películas mudas y se daban mítines políticos, lo habían cogido en traspaso en 1917 los abuelos maternos de Carlos: Jesús González Pérez, natural de Collera, y su mujer, Covadonga Fernández Rodrigo, de Pría. Covadonga era hija de Mercedes Rodrigo Sierra, que había regentado una pensión en la Plaza, en un primer piso encima de lo que hoy es la sidrería “Cuera”. Mercedes, buena cocinera, guapa, chiquitina, con el pelo recogido en un moño y siempre vestida de luto, había quedado viuda muy joven con dos hijos: la citada Covadonga y Ramón (el padre de Ramón, el taxista).
En “La Bolera”, Jesús, que fallecería en 1956, y Covadonga tenían fama por la especialidad de los platos de caza. Todos los cazadores paraban allí. El matrimonio tenía siete hijos: Mercedes, Modesta, Covadonga (a la que todos llamaban Maruja), Esther, Jesús, José Antonio y Marisa. A Mercedes y Maruja las vimos toda la vida despachando detrás de la barra. Por allí desfilaban los limpiabotas más célebres de la época, como “China” y “Mugarra”, mientras los clientes chateaban con vino blanco de solera de Nava y Rueda.
Era también hospedaje, y allí paró, hace de esto muchos años, Nicasio Cuende, el padre de Lola Cuende, que procedía de Santander.
En la vecindad de la calle San Agustín estaban Angelina y Pilar, las de la pensión “Imperio”, al lado de la capilla de San Roque; tres hermanos de La Galguera, a los que llamaban “los Platillos Volantes”, porque eran muy chaparretos y gastaban boinas de un diámetro considerable, y que poseían un pequeño comercio; Manuela, la de Borbón, que hacía bollas muy ricas y venía la gente a compráselas; Nicasio, el fontanero (de la familia de “los Pitos”), en una casa en la que viviría después Isa, la peluquera; María Pérez Bernot, la de la mercería “Empe”; y Cucú, en una tiendina que daba ya a la plazoleta del Casino.
A Carlos, que trabajó en el Banco de Santander (destinado, primero, en la sucursal de La Felguera, y luego en Llanes), siempre se le dio bien jugar al fútbol. Siendo yo un crío, y viéndole en un partido del Club Deportivo Llanes en La Encarnación, se cayó aparatosamente frente a mí, en un lance de ataque del equipo local, y sin que nadie le tocase. Desde el suelo, Carlos hizo un admirable ejercicio de autocrítica, que oímos todos los que estábamos por allí: “¡Se cae unu ya de maduru!” Tendría yo unos diez años, y me acuerdo de que en aquel CD Llanes jugaban también Vallejo, el sastre, vecino mío de la calle Mayor, y Víctor, el de Cue.
Mucho tiempo después, tuve ocasión de disputar con Carlos muchos partidos en el arenal de Toró, cuando él todavía daba leciones magistrales con la pelota, junto a Manolo López Pérez (“Montoto”), Toño Batalla (el difunto “Pelolindo”) y Ramón Carrandi (“Tranca”).
Se casó en 1964 en Llanes con Mercedes Martínez Pernía, de Zamora. Del matrimonio salió una familia muy sanrocuda: tres hijas (Nuria, María Eugenia y María Mercedes) y cinco nietos (Celia y Marta, hijas de Nuria, y Antonio, Juan y Mariana, hijos de María Eugenia.