Me prestó muchu ver el otru día a Manolín en San Pedro, acompañando al su sobrinu Santi (que trabaja en la sidrería La Casona y é probablemente unu de los mejores camareros que hay en Llanes). Manolín y yo somos vecinos desde jaz casi treinta y tres años en el mismu bloque del barriu de Las Malvinas.
¡Hora era ya de que nos viéramos sueltos por ahí! Durante dos meses, sólu nos podíamos saludar desde las ventanas.
Manolín tien centenares d’ amigos, que lu quieren y lu saludan siempre con cariñu. En los días soleaos, suele bajar a la calle, a respirar la vida por el entornu de la gasolinera. Lo sabe disfrutar y é sociable como él solu. Siempre tien la frase justa pa todos y pa todo:
- “Buenu, Manolín, te dejo, que marcho pitando pa trabajar”, se despide unu.
Y Manolín, seguramente con más razón que un santu, responde inmediatamente: “¡Bah...! ¡Pa lo que te pagan!”
Si el día no está pa salir, otea entonces la vida desde la su ventana, sin dejar de saludar a la vecindá. Unu que pasa, i-pregunta:
- “¡Hombre, Manolín, milagru pa ti! ¿Hoy no bajas?”
Y él, desde las alturas, suelta otra verdá incontestable: “¡Bah...! ¡Pa lo que hay que ver!”
Nació en La Pereda, en 1961, y é el segundu jiyu de Josefina Gutiérrez Romano, natural de La Pereda, y de Manuel Joaquín Sordo Sordo, de Pendueles, que ya falleció. Tien tres hermanas: Pilar, Rosario y Marta.
El padre, carpinteru notable, trabajó muchos años en la carpintería que regentaba César Coro en l’ avenida de La Concepción, al láu del despachu de Butano.
Mi madre, Pilar, que en paz descanse, quería muchu a Manolín (y él a ella, claru), y cuando regresaba los martes del mercáu, cargada con la compra semanal, en seguida bajaba él p’ ayudala a subir el carrín hasta la puerta de casa. (Eso no lo olvidaré yo en la vida).
- “Siempre me daba propinina”, me recuerda Manolín a menudu, aunque pa él, desde luego, eso de la propinina no era lo más importante. Lo importante era ayudala.
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