Mis personajes favoritos (Nº 268).
Da un poco de pena el desconocimiento que existe en Llanes acerca de este escritor local. Ya lo había anticipado Luis Vela en su libro “La Naturaleza es palabra”: “En cuanto a tu obra, no sé si se admirará justamente”. Ni se admira ni se conoce, creemos nosotros.
Hijo de Pedro Laviades Amieva, natural de Ardisana, y de Amalia Fernández Alea, de San Esteban de Leces, Ribadesella, Lorenzo Laviades Fernández nació en Llanes el 30 de noviembre de 1908. Tenía tres hermanas: María, Isolina y Carmen. Los abuelos paternos fueron Manuel, de Mieres, y Josefa, de Ardisana; y los maternos, Francisco, de San Esteban de Leces, y Ramona, de San Miguel de Ucio, en el concejo riosellano.
Cultivó su vocación literaria desde la infancia. No era un niño como los demás. Una deformación física le impedía participar en los juegos de sus compañeros. Fue inevitable en él un cierto retraimiento, o un recogimiento interior. Siempre estuvo delicado. Era un rapacín que, en vez de jugar al balón, observaba el mundo y leía. Maduró pronto, asumiendo su fragilidad con resignación y fe cristiana.
Fue uno de los más fieles colaboradores del semanario EL ORIENTE DE ASTURIAS, en cuyas páginas aparecían frecuentemente artículos suyos sobre política internacional, que nos ayudaban a entender lo que estaba ocurriendo en el mundo. Trabajos periodísticos de opinión, sobre asuntos más cercanos también, que se deberían haber recopilado, en su momento, en uno o dos volúmenes.
La obra de carácter literario de Lorenzo Laviades, en la que desplegó una narrativa marcada por el humanismo cristiano y por su amor al terruño, podemos encontrarla desparramada en los números extraordinarios de El Oriente. Se trata de narraciones cortas, de cuentos, de relatos breves, en los que siempre está presente Llanes, especialmente el Llanes de su infancia y de su juventud.
Su única novela publicada, “Blas el Pescador”, vio la luz en 1986 dentro de la colección “Temas Llanes”, y se recrea en ella el modo de vida de la villa llanisca en los años 20. Lorenzo nos habla de un microcosmos en el que cobran protagonismo rincones urbanos esenciales, como la Callejina de las Brujas o el Campu del Gatu; el Colegio de La Arquera; la presencia de los indianos, la lucha y la precariedad de los pescadores, el rol de las fábricas de conservas de pescado y salazón en la economía de supervivencia de las familias; las costeras del bonito y del bocarte; la venta ambulante de las pescaderas; la antítesis de las sombras de los señoritos del Casino… Noventa y dos páginas sin desperdicio, que Ignacio Gracía Noriega veía en la línea de novelas como “José”, de Armando Palacio Valdés, o como “Sotileza”, de José María de Pereda.
Lorenzo Laviades vivió gran parte de su vida en Madrid, con sus hermanas. Trabajaba en una oficina bancaria, y al término de su jornada laboral, los números y las cuentas dejaban paso a las imágenes e ideas que surgían en su imaginación para construir historias hasta la hora de la cena. Los domingos de aquel Madrid de toreros, tunas y Seiscientos, salía, siempre trajeado, a comprar libros viejos en la cuesta de Moyano, muy cerca de donde tenía su domicilio, con la ilusión de encontrar tesoros. Y los encontraba. Algunos de esos libros me los regalaría después, ya en Llanes, y los guardo como oro en paño.
Laviades me dio libros y también consejos, válidos para todo aquel que tenga vocación de escribir. Me insistía en que cuando viene una idea, no hay que dejarla escapar. Me advertía que esas ideas furtivas sólo llegan una vez, y hay que atraparlas al instante, dondequiera que uno esté. Me decía que él solía apuntarlas en el billetín del Metro, cuando le pillaban en el viaje de ida o de vuelta del trabajo. “Si se te ocurre algo interesante para escribir, Higinio, no dejes de apuntarlo. No te fíes nunca de la memoria. Si estas ya metido en la cama para dormir y te viene una inspiración, levántate, enciende la luz y anótala, pues lo más probable es que esa idea ya no te vuelva a venir más”.
Cuando se jubiló, regresó con sus hermanas a su Llanes natal. Vivían en un callejón detrás del bar de Matute. Al igual que en sus vacaciones estivales, resultaba fácil verle de tertulia en el Puente y en el taller de zapatería de Pancho, el de Cue, al lado del Bar del Muelle. José Luis Buergo Vélez, que editaba y dirigía en Madrid la revista CRÍTICA DE ARTE, quiso hacerle un homenaje (al que se iban a adherir numerosas personas e instituciones de la villa), pero Lorenzo Laviades, discreto, esencialmente tímido y con su vocación de imposible invisibilidad, lo rechazó de plano con una sonrisa.
Falleció el 14 de enero de 1991.
(Fuentes hemerográficas y archivísticas: “Lorenzo Laviades”. Artículo de Higinio del Río, publicado en Número extra del semanario EL ORIENTE DE ASTURIAS correspondiente a 1991, pág. 107; “Del celo catalán a la dejadez asturiana”. Artículo de H. del Río, publicado en el diario LA NUEVA ESPAÑA, de Oviedo, el 31 de octubre de 2017; Datos sobre Lorenzo Laviades en el Archivo Histórico Municipal de Llanes (AHMLL): Libro 22, folio 59, número 113).
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