Mis personajes favoritos (Nº 272).
Cuando tenía 8 o 9 años, Rosana, que siempre andaba con sus amigas cerniendo y divirtiéndose por la calle, llegó a jugar entre piedras derruidas, entre las vigas y los ladrillos descompuestos del Hotel México, que alguien había decidido demoler sin piedad, y aquella estampa de crías que jugaban al escondite en medio de una devastación quizás encerraba un valor simbólico. Era la metáfora de una grandeza hecha añicos. La percepción de que algo empezaba a irse al garete sin remisión.
Rosana Sanz Rodríguez (Llanes, 1979) ha mamado el llanisquismo desde la infancia. Es una enamorada de su tierra y de las señas de identidad de un Llanes que sigue siendo Llanes, a pesar de tantísimo patrimonio urbano perdido, y en el que ella se siente feliz.
Nunca quiso salir de aquí. Hija de José Manuel Sanz Peña (fontanero llanisco) y de Rosa Rodríguez Novoa (peluquera y manicura nacida en Lugo), Rosana hizo en la villa los estudios de Técnico Superior en Administración y Finanzas. Le surgieron ofertas de empleo fuera, pero las fue obviando. De salir de Llanes, nada. Trabajó doce años en la oficina de Viajes Halcón, y cuatro más en una constructora de Unquera. Pero en 2016, cumplidos los 37, descubrió el surf, y eso dio un giro total a su existencia. Dejó la acomodada vida de oficinista y se lanzó a coger olas, con su innato sentido de la libertad. En ese nuevo horizonte que se le ha abierto, esta inteligente y alegre moza compagina su labor profesional en una escuela de surf en Llanes con la dedicación al negocio familiar, ya que sus hermanos, José Manuel y Juan, le ofrecieron un puesto de trabajo en la sidrería El Almacén.
Toda la familia es del bando de La Magdalena (su padre y sus tías, las mellizas Ana y Mari Carmen, se criaron y vivieron en la calle Mayor, en Manuel Cue y en Cimadevilla), a pesar de que la güela paterna, Anita Peña, era mucho de la Guía.
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