Mis personajes favoritos (Nº 263).
Durante la época buena del ferrocarril, cuando los trenes iban y venían de Oviedo a Santander, o viceversa, siempre llenos de gente, sin que nadie se estorbase lo más mínimo entre maconas, pollos atados por las patas, maletones de viajantes y paraguas colgados en la parte de atrás de las gabardinas, se desplegaba en el andén una sinfonía de colores y sonidos. De vida, en suma. Las locomotoras reposaban brevemente en la parada, mientras la cantina rebosaba animación y buenos aromas. Los viajeros, al subir al tren para retomar la marcha, reparaban en una casa blanca, de proporciones y hechuras de película de Disney, que se asomaba con timidez al otro lado de la vía, donde empieza Tieves. En aquella casa, que daba la sensación de albergar rutinas felices y sencillas, nació y creció Juan José López Vallejo (1952).
Hijo de Juan López Cuervo, de Lamuño (concejo de Cudillero), y de María Dolores Vallejo González, llanisca con raíces en Parres, Juanjo era el mayor de tres hermanos. Detrás de él venían Dolores y Javier, quien fallecería a los diecinueve años. Su padre, revisor de FEVE, anduvo a la mar en un carguero por San Esteban de Pravia. El abuelo materno, José Vallejo, zapatero, había tenido el famoso cajón de Donato, camino de la iglesia.
Juanjo estuvo en la escuela pública, con don José de maestro, y también en el colegio de las monjas. Después, le tocó inaugurar el Instituto, en el curso 1961-1962, donde hizo hasta cuarto de Bachillerato. A los trece años empezó a trabajar para Antonio Alonso, repartiendo bombonas de butano. Lo que le tiraba, sin embargo, eran las manualidades (la carpintería, sobre todo), y dio la casualidad de que al lado de donde vivía hizo su casa el carpintero Pedro Acebo. Con él aprendería el noble oficio.
Luego, vino la mili en el Ferral, y estando cumpliéndola le surgió la oportunidad de incorporarse a la Cruz Roja en Llanes, donde se había constituido un destacamento desde hacía poco. Lo solicitó, y se lo concedieron. Su jefe era Llorente, buen paisano.
Después, empezó a trabajar con Pedro Acebo, con el que hizo trabajos para la sucursal del Banco de Levante y en varios chalets de turistas de segunda residencia.
Gijón (los astilleros) sería la siguiente etapa de su vida laboral, y después, en compañía de otros, fundaría un taller de carpintería en la misma villa de Jovellanos.
A renglón seguido, León. Estando allí decidió presentarse a una plaza para FEVE, y la sacó. Le destinaron a Santander, Oviedo y el Berrón, sucesivamente, hasta que se jubiló, en 2017. Formaba parte de una unidad de mantenimiento de trenes, en la que se hacía mucha carpintería, aunque luego se fue pasando a la fibra. Siempre vivió en Oviedo.
Está casado en segundas nupcias con la catalana Pilar Guillaumet Catalá. Antes, lo había estado con la periodista de Canal Plus Margarita Menéndez, natural de Sama, de la que enviudó y con la cual tuvo una hija, Constanza. También se quedó viuda su buena hermana, Dolores, que estaba casada con Quico Ballesteros Gutiérrez, hijo del popular “Picadina” y maestro en La Felguera. De esa unión de familias muy queridas en Llanes nacieron dos hijos: Pablo y Agustín.
Durante la época buena del ferrocarril, cuando los trenes iban y venían de Oviedo a Santander, o viceversa, siempre llenos de gente, sin que nadie se estorbase lo más mínimo entre maconas, pollos atados por las patas, maletones de viajantes y paraguas colgados en la parte de atrás de las gabardinas, se desplegaba en el andén una sinfonía de colores y sonidos. De vida, en suma. Las locomotoras reposaban brevemente en la parada, mientras la cantina rebosaba animación y buenos aromas. Los viajeros, al subir al tren para retomar la marcha, reparaban en una casa blanca, de proporciones y hechuras de película de Disney, que se asomaba con timidez al otro lado de la vía, donde empieza Tieves. En aquella casa, que daba la sensación de albergar rutinas felices y sencillas, nació y creció Juan José López Vallejo (1952).
Hijo de Juan López Cuervo, de Lamuño (concejo de Cudillero), y de María Dolores Vallejo González, llanisca con raíces en Parres, Juanjo era el mayor de tres hermanos. Detrás de él venían Dolores y Javier, quien fallecería a los diecinueve años. Su padre, revisor de FEVE, anduvo a la mar en un carguero por San Esteban de Pravia. El abuelo materno, José Vallejo, zapatero, había tenido el famoso cajón de Donato, camino de la iglesia.
Juanjo estuvo en la escuela pública, con don José de maestro, y también en el colegio de las monjas. Después, le tocó inaugurar el Instituto, en el curso 1961-1962, donde hizo hasta cuarto de Bachillerato. A los trece años empezó a trabajar para Antonio Alonso, repartiendo bombonas de butano. Lo que le tiraba, sin embargo, eran las manualidades (la carpintería, sobre todo), y dio la casualidad de que al lado de donde vivía hizo su casa el carpintero Pedro Acebo. Con él aprendería el noble oficio.
Luego, vino la mili en el Ferral, y estando cumpliéndola le surgió la oportunidad de incorporarse a la Cruz Roja en Llanes, donde se había constituido un destacamento desde hacía poco. Lo solicitó, y se lo concedieron. Su jefe era Llorente, buen paisano.
Después, empezó a trabajar con Pedro Acebo, con el que hizo trabajos para la sucursal del Banco de Levante y en varios chalets de turistas de segunda residencia.
Gijón (los astilleros) sería la siguiente etapa de su vida laboral, y después, en compañía de otros, fundaría un taller de carpintería en la misma villa de Jovellanos.
A renglón seguido, León. Estando allí decidió presentarse a una plaza para FEVE, y la sacó. Le destinaron a Santander, Oviedo y el Berrón, sucesivamente, hasta que se jubiló, en 2017. Formaba parte de una unidad de mantenimiento de trenes, en la que se hacía mucha carpintería, aunque luego se fue pasando a la fibra. Siempre vivió en Oviedo.
Está casado en segundas nupcias con la catalana Pilar Guillaumet Catalá. Antes, lo había estado con la periodista de Canal Plus Margarita Menéndez, natural de Sama, de la que enviudó y con la cual tuvo una hija, Constanza. También se quedó viuda su buena hermana, Dolores, que estaba casada con Quico Ballesteros Gutiérrez, hijo del popular “Picadina” y maestro en La Felguera. De esa unión de familias muy queridas en Llanes nacieron dos hijos: Pablo y Agustín.
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