Mis personajes favoritos (Nº 260).
Como todos los hombres de Vibaño, el padre de nuestro personaje, Ángel Santoveña, al que llamaban “el Sordu”, era tejero y madreñero. Durante 42 años marchó a la tejera. Su esposa, María Celorio, “la Coxa”, dedicada a la labranza, también era natural de Vibaño. Ángel y María tuvieron dos hijos: Teodoro, fallecido apenas cumplido el año de edad, y Ángel.
En aquella atmósfera de miseria, como en una narración de Cela o de Delibes, llevaba “el Sordu” a enterrar a su hijo Teodoro en una cajina de pienso para el ganado, y camino del cementerio le paró la pareja de la Guardia Civil. Tuvo que abrir la caja y enseñarles lo que contenía.
Ángel Santoveña Celorio, que nació en 1939, fue a la escuela en Vibaño poco tiempo. A los 14 años, ya tuvo que marchar a la tejera, a Villamanín de la Tercia (León). Fue tejero hasta los 19, y trabajó como tal en otros dos lugares: Saldaña (Palencia) y Matallana de Torío, en la provincia de León (aquí, en la tejera propiedad del abuelo de la conocida periodista de televisión Marta Reyero, Alfonso Reyero, que era muy buena gente, según comentan todos los que trabajaron para él). Desde bien crío, Ángel ayudaba a su padre a hacer madreñas (él las hacía pequeñas, para críos), y luego las llevaba “el Sordu” en un saco a venderlas en el mercado de Posada, como solían hacer muchos otros madreñeros de Vibaño. Alternaba estas tareas con el aprendizaje del oficio de carpintero, primero en un taller que tenían en Balmori los hermanos Argüelles, y luego en Posada, con el ebanista Juan Balmori Posada. De aquélla, les tocó a Juan y a él hacer los bancos para las iglesias de Celorio y de Porrúa. Se libró de la mili por ser hijo único de un padre sexagenario. Después, Ángel formaría sociedad con Pedro González Rodríguez durante 20 años (tenían el taller en Balmori), hasta que se estableció él solo en Posada, donde estuvo trabajando hasta su jubilación.
Ángel tiene muchas amistades. Le quiere todo el mundo. El primer encargo que tuvo cuando era socio de Pedro González fue de parte del general Manuel Díez-Alegría: el portón y el hórreo del chalet que tenía éste en Buelna. Entre el ilustre militar y él nació una muy buena relación (iban juntos a comer alguna vez a “El Llagar” de Cangas de Onís), y Ángel conserva cartas que le escribió Díez-Alegría. Otro de sus clientes era el embajador Alberto de Mestas García, en cuya segunda residencia de Balmori trabajó bastante. Se llevaban muy bien.
En la época en la que iba en bici a Posada, de aprendiz en el taller de Juan Balmori, Ángel conoció a Filomena (Filo) Sánchez Obeso, y en seguida se hicieron novios. Casados desde 1963, tienen cuatro hijos: Ramón, Miguel, Pedro (los tres, carpinteros) y Belén; y siete nietos: Miguel, Martín, Alejandro, Elena, Cristina, Beni e Iván. Filo había dado en los años 90 talleres de cerámica fría en la Casa de Cultura de Llanes.
Como todos los hombres de Vibaño, el padre de nuestro personaje, Ángel Santoveña, al que llamaban “el Sordu”, era tejero y madreñero. Durante 42 años marchó a la tejera. Su esposa, María Celorio, “la Coxa”, dedicada a la labranza, también era natural de Vibaño. Ángel y María tuvieron dos hijos: Teodoro, fallecido apenas cumplido el año de edad, y Ángel.
En aquella atmósfera de miseria, como en una narración de Cela o de Delibes, llevaba “el Sordu” a enterrar a su hijo Teodoro en una cajina de pienso para el ganado, y camino del cementerio le paró la pareja de la Guardia Civil. Tuvo que abrir la caja y enseñarles lo que contenía.
Ángel Santoveña Celorio, que nació en 1939, fue a la escuela en Vibaño poco tiempo. A los 14 años, ya tuvo que marchar a la tejera, a Villamanín de la Tercia (León). Fue tejero hasta los 19, y trabajó como tal en otros dos lugares: Saldaña (Palencia) y Matallana de Torío, en la provincia de León (aquí, en la tejera propiedad del abuelo de la conocida periodista de televisión Marta Reyero, Alfonso Reyero, que era muy buena gente, según comentan todos los que trabajaron para él). Desde bien crío, Ángel ayudaba a su padre a hacer madreñas (él las hacía pequeñas, para críos), y luego las llevaba “el Sordu” en un saco a venderlas en el mercado de Posada, como solían hacer muchos otros madreñeros de Vibaño. Alternaba estas tareas con el aprendizaje del oficio de carpintero, primero en un taller que tenían en Balmori los hermanos Argüelles, y luego en Posada, con el ebanista Juan Balmori Posada. De aquélla, les tocó a Juan y a él hacer los bancos para las iglesias de Celorio y de Porrúa. Se libró de la mili por ser hijo único de un padre sexagenario. Después, Ángel formaría sociedad con Pedro González Rodríguez durante 20 años (tenían el taller en Balmori), hasta que se estableció él solo en Posada, donde estuvo trabajando hasta su jubilación.
Ángel tiene muchas amistades. Le quiere todo el mundo. El primer encargo que tuvo cuando era socio de Pedro González fue de parte del general Manuel Díez-Alegría: el portón y el hórreo del chalet que tenía éste en Buelna. Entre el ilustre militar y él nació una muy buena relación (iban juntos a comer alguna vez a “El Llagar” de Cangas de Onís), y Ángel conserva cartas que le escribió Díez-Alegría. Otro de sus clientes era el embajador Alberto de Mestas García, en cuya segunda residencia de Balmori trabajó bastante. Se llevaban muy bien.
En la época en la que iba en bici a Posada, de aprendiz en el taller de Juan Balmori, Ángel conoció a Filomena (Filo) Sánchez Obeso, y en seguida se hicieron novios. Casados desde 1963, tienen cuatro hijos: Ramón, Miguel, Pedro (los tres, carpinteros) y Belén; y siete nietos: Miguel, Martín, Alejandro, Elena, Cristina, Beni e Iván. Filo había dado en los años 90 talleres de cerámica fría en la Casa de Cultura de Llanes.
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