Reencontrarnos a la vuelta de cualquier esquina con caras conocidas que forman parte de la vida de cada uno de nosotros ya no es tan fácil. Nuestra villa del alma está pareciéndose cada vez más a una ciudad con tics de barullo ruidoso e invisibilidad o distanciamiento interpersonal. Supongo que es ley de vida, pero la pequeña escala, que hacía posible la convivencia de las familias desde la niñez hasta la ancianidad, se empieza a echar de menos. Podemos seguir viviendo en el mismo sitio, pero pasan a veces meses y años sin que nos veamos.
Por eso me ha dado tanta alegría encontrarme hoy domingo, después de mucho tiempo, con tres personas del Llanes de siempre: Ramón Peláez Fuente (Vibaño, 1928), el sastre; su esposa, Mari Santamaría García; y su hija Aurora, tan cercanas a mí y a mis vivencias familiares. Forman parte de aquel bendito y minimalista escenario de nuestra infancia, desplegado frente al Casino, donde abrían sus puertas la tiendina de Cucú, el Palacio de Cristal, la peluquería de las hijas de Mercedes la Conda, la joyería de Lola Cuende y la mercería de María la del Sordu.
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