miércoles, 1 de febrero de 2023

MARTA REYERO Y LOS TEJEROS DE LLANES


En septiembre de 2019, la periodista Marta Reyero visitó en la Casa de Cultura de Llanes la exposición “La xíriga y los tejeros”. En un momento dado del recorrido que hicimos juntos por las distintas salas reparó en un panel, dedicado a la presencia de tamargos llaniscos en la tejera de Matallana de Torío, provincia de León, durante los años 50. “¡Ánda! ¡Pero si ésa era la tejera de mi abuelo Alfonso!” Entusiasmada, lo leyó todo con atención. Nunca hubiera imaginado que iba a hallar en Llanes un reflejo de la pequeña industria de su familia.


Según me explicó, Alfonso Reyero Villar había fundado la tejera poco después de la Guerra Civil. Era hijo de Juan Manuel Reyero y Tarsila Villar, tenía nueve hermanos y estaba casado con Pilar Tascón, cuyo padre era el empresario minero del carbón Ricardo Tascón.
Para completar el hallazgo, al día siguiente preparé un encuentro entre ella y dos personas que tienen mucho que ver con el mundo de los tejeros y, en concreto, con la tejera de Matallana de Torío: Evaristo (Tito) Celorio Rodríguez, de Vibaño, y Antonio Balmori Poo, de Los Callejos. El primero trabajó allí varias temporadas, y era el que había aportado la foto que ilustraba el panel; en cuanto a Toño Balmori, electricista municipal del Ayuntamiento de Llanes, su abuelo materno, Antón Poo, de Palacio de Ardisana, también cumplió varias temporadas en la tejera de Alfonso Reyero.
Tito Celorio nos relató muchas cosas de Matallana, zona minera bañada por el río Torío y situada entre La Robla y Boñar. A lo largo de treinta años, Alfonso Reyero, que era propietario de un calero en Orzonaga, un par de camiones y un gallinero, tuvo tres encargados: Segundo Sampedro, de Los Callejos; Amador Gutiérrez, de Ríocaliente; y el citado Antón Poo. El trabajo era agotador, como en todas las demás tejeras, pero allí se respiraba un ambiente llevadero y humano. El “man” (el amo) era un buen paisano: “Manes como aquel no abundaban, desde luego”, recalcó Tito.
Sólo disponían de un día de descanso a la semana, el domingo, desde la una de la tarde. A partir de esa hora, determinada inexorablemente por el resoplido del tren, que pasaba siempre puntual por las proximidades del lugar, paraban de “machuriar” y se lavaban y refrescaban en un riachuelo que ellos llamaban “el regatu”.
En aquel escenario de sol y adobe solían aparecer, durante las vacaciones escolares, unos cuantos críos, hijos y sobrinos del patrón, que jugaban y correteaban por la era, al lado de miles de tejas apiladas. Cada 15 de agosto, festividad de Nuestra Señora de Boínas, Reyero organizaba una comida al aire libre, en la que su familia y los empleados, disfrutando de una armonía no conocida en ninguna otra tejera, compartían corderos a la estaca.
De todo eso, nada sabía Marta.

(En la imagen, de izquierda a derecha, Toño Balmori, Marta Reyero y Tito Celorio).

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