miércoles, 1 de febrero de 2023

JORGELINA GARCÍA GONZÁLEZ: HISTORIAS AL HILO DE LA HISTORIA

Mis personajes favoritos (Nº 312).

Después de pasar muchos años en una pequeña vivienda a la entrada del palacio del Conde de la Vega del Sella, del que eran guardeses, Jorgelina y su marido, Ramón Tirador Elola, viven ahora en el cogollo de Nueva, a pocos pasos de la iglesia parroquial, con sus recuerdos vivos y vivificantes.
Hija de Ramón García López, de Piñeres de Pría (que emigraría a Venezuela), y de Carlota González Robledo, de Nueva, Jorgelina García González (Nueva, 1934) es una dama conversadora, observadora, ocurrente e inagotable recitadora de historias.
En la niñez tuvo dos buenas maestras: doña Lucinda y doña Palma (aunque la primera, a decir verdad, no pasó de enseñar a hacer labores domésticas y quitar el polvo de los muebles). Sintió la vocación de la docencia y llegó a sustituir en la escuela de Pría, durante cuatro meses, a la maestra titular, cuando ésta dio a luz. Luego enseñó a bordar y dio clases particulares a un grupo de críos.
Ramón, que había llegado con su padre a Nueva desde Camango para ejercer el oficio de carpintero, y ella llevan casados desde 1960. Tienen dos hijos, Inmaculada y Ramón (Ramonchu), que les han dado cinco nietos: Diana, Enrique y Elena (hijos de Inmaculada), y Mario y Héctor (hijos de Ramonchu).
En los años 70, a Jorgelina se le puso por delante el desafío de ser la corresponsal de EL ORIENTE DE ASTURIAS. Hasta ese momento, quien mandaba las crónicas de Nueva a la redacción del semanario era un barbero, Chuso, que veía que aquello no estaba hecho para él, de modo que cedió el testigo a Jorgelina. A lo largo de cuatro décadas, la sucesora de Chuso haría gala de una pluma incisiva, valiente y sin pelos en la lengua a la hora de criticar y denunciar todo lo denunciable y criticable.
Su marido, Ramón, siempre había trabajado en el palacio del Conde de la Vega del Sella. Gozaba de la confianza de la familia Duque de Estrada y desempeñaba múltiples tareas. Jorgelina y él acabarían convirtiéndose en los porteros de la mansión y se les cedió, junto a la enrejada puerta principal, una casina de dos habitaciones que ellos arreglaron y mejoraron. Permanecerían allí un tiempo pródigo en experiencias fuera de lo común (sobrenaturales, incluso). Con aplomo y discreción, tuvieron que afrontar apariciones fantasmales. Una imagen espectral (¿un ánima en pena?) hacíase presente en estancias y jardines. La reiteración del fenómeno hizo que se acudiese al padre Pilón, jesuita y especialista en parapsicología, quien, en compañía de sus colaboradores, pasó en palacio un intenso fin de semana, al término del cual, y tras oficiarse misas, volvió al lugar la normalidad.
Ramón y Jorgelina sumaron cuarenta y dos años de servicio como guardeses. Su estancia en ese rincón de la historia terminó este verano. No fue el final que hubieran esperado. Les supo amargo. Pero ya pasó. Ahora les toca mirar hacia delante.


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