martes, 31 de enero de 2023

JORDÁN GARCÍA, EL VIOLINISTA DE "LOS PANCHINES"

Mis personajes favoritos (Nº 311).

Hijo de José García Peláez (Pin de Pría, 1864-1928) y de Florentina Argüelles Alonso, Jordán García Argüelles, violinista y contrabajista de la orquesta "Los Panchines", mostraba siempre una aureola de cosmopolitismo, algo muy poco corriente por aquí.
Ante el desparpajo castizo de su compañero Panchín -que en la fiesta de Santa Ana cantaba a los críos de la villa, desde una azotea de la Rula, el baile del “Musulmé”- Jordán parecía un intelectual de la Viena dodecafónica. Juraríamos que habíamos visto su cara en alguna película junto a Gloria Swanson.
De él, con toda su discreta personalidad, emanaba un punto enigmático y glamuroso, como de personaje del Grand Hotel de Vicki Baum.
Su misterioso pasado, su violín errante, su sonrisa achinada, su bigotín a lo Xavier Cugat, su calva cercada de pelo teñido y engominado, sus modales de hombre de mundo y su inalterable compostura -elegante y reservada siempre, lo mismo ante un chato de vino que ante una copa de “Moët & Chandon”- a nadie dejaban indiferente.
Detrás de su pajarita se encarnaba un enigma de la Babilonia europea de los años cuarenta. Había salido muy jovenzuco de casa –eran diecisiete hermanos- y formado parte de una distinguida orquesta barcelonesa que actuaba en salas de París.
Cuando regresó a Llanes, dignamente derrotado después de cerner lo suyo, nuestra infancia se impregnó de la fina música que sacaba a su instrumento de cuerda. Cuando jugábamos al fútbol en el Sablín, en aquel Llanes recoleto y humano, cien veces más pequeño que el actual, salían por las ventanas del piso que habitaba él en el “Campu’ l gatu” los sones de sus ensayos en solitario.
Reciclado en la interpretación de pasodobles de prau junto a Paco “el Coju”, Panchín y Cosmín, nunca se le oyó presumir de ninguna batalla ganada. Como mucho, “sotto voce”, alguna vez narraba en el bar de María Chinchín, frente al porrón y a un plato de queso curado de Peñamellera, confidencias de un Casanova sin malicia.

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