Mis personajes favoritos (Nº 301).
Tuve el honor de compartir con Tomás Robredo Fernández (Soberrón, 1959) treinta años y medio de trabajo en el Ayuntamiento de Llanes. Hijo de José Ramón Robredo Sordo, un ganadero de La Galguera, y de Felicia Fernández Moradiellos, de Sotres (Cabrales), Tomás es el séptimo de diez hermanos. Por delante de él tiene a José Manuel, Mari, Tina, Chus, Ramón y Javier, y detrás vienen Luis, Rocío y José Antonio.
Sus padres se conocieron un verano en el Valle de Viango. Ella era ganadera también y, como solían hacer entonces los sotrianos, iba con su ganado a pasar el estío en cabañas de la zona del monte La Mardola, que cae hacia Purón. A esa zona solía ir, por el mismo motivo, la gente de La Galguera y de San Roque del Acebal.
Felicia, la madre, falleció el Día de Reyes de 1965. Su hijo pequeño, José Antonio contaba tan sólo con dieciséis días de existencia. Fue entonces cuando una hermana de su marido, Eulogia Robredo Sordo, una valerosa y trabajadora mujer, que tenía ya una hija (Ángeles), se hizo cargo de los diez sobrinos, para los que fue una madre, en toda la extensión del término, pendiente de ellos, de su futuro, con un espíritu matriarcal digno de admirar, al tiempo que se ocupaba de atender en su casa a otros familiares, ya ancianos.
Tomás estudió un año en La Arquera (el último curso antes del cierre de este histórico y fundamental centro de enseñanza) y se fue luego a Oviedo, a vivir con otra tía, hermana de su padre, Amelia, soltera, que había regresado de Venezuela, donde fue inmigrante.
A los quince años, marchó a la Universidad Laboral de Cheste, Valencia, después de lo cual estudió Formación Profesional (Electricidad) en Llanes.
La mili la hizo en Lugo, como “boina verde” en una unidad de guerrilleros, porque a Tomas le gusta la aventura y no le tiene miedo a nada.
Cuando volvió a Llanes, trabajó un verano en el camping María Elena de Celorio, y nada más terminar esos meses, en octubre de 1982, entró a formar parte del organigrama del Ayuntamiento como funcionario. Los primeros siete años, en Tesorería, de donde pasó a la Secretaría General (la gran parte de ellos junto al secretario, el gran Santiago Fernández Molpeceres, ya jubilado, cuya labor dejó gratísima memoria), y hasta ahora. Treinta y nueve años en la Administración municipal, sin ruido, sin casi visibilidad, en la disciplina y la eficiencia del día a día, como pieza esencial de un engranaje.
Es padre de Adrián y de Claudia Robredo García, de los que se siente muy orgulloso, y con razón.
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