Mis personajes favoritos (Nº 276).
Todas las Navidades, desde 1990, a los amigos del Colegio Don Orione de Posada y a mí nos llegaba la ilusión del cine. Las tardes de cada 25 de diciembre, de cada día de Año Nuevo y de cada día de Reyes veíamos juntos una o dos películas en el salón de actos de la Casa Municipal de Cultura de Llanes. Tuve el gran honor de darles en esas tres fechas tan señaladas sesiones especiales de cine. Sólo para ellos y para su alegría inocente, cariñosa y agradecida.
Fue un privilegio para mí. Una satisfacción muy grande.
Las anécdotas que surgieron en aquellas ocasiones me acompañarán toda la vida.
Me enseñaban los regalos que habían recibido: un chubasquero, un reloj, botas de invierno, un transistor, cedés de música actual… Y me hacían preguntas siempre nuevas y siempre repetidas. Unos, que qué había cenado yo en Noche Buena. Otros, que qué me habían traído los Reyes Magos.
Había uno que me preguntaba por mi padre y por mi madre, y ponía siempre un gesto de pena cuando le decía que ya no los tenía conmigo. Y luego estaba Carlinos, el de Bilbao, que me hacía una pregunta, buscando cercanía y examinándome: “¿Cómo me llamo yo, Higinio?” Me pilló in albis dos años. “Lo tengo en la punta de la lengua.., pero no me acuerdo, mecáchis en la mar”, le decía yo. Y él respondía, resignado: “¡¡¡Carlos!!!” Así dos años. Al tercero, ya tenía yo la lección bien aprendida y me adelanté a los acontecimientos. “Venid un momento todos, por favor”, les exhorté, al saludarlos en la puerta de la Casa de Cultura: “¿Sabéis cómo se llama este amigo mío?” Me miraron asombrados. “¡Carlos!", me apresuré a decir, sin darles tiempo a responder. "¡Se llama Carlos, y es de Bilbao!” Carlos debió de quedarse contento, y ya no me lo volvió a preguntar más.
Ahora, jubilado, en estas Navidades tristes y esperanzadas, me acuerdo de ellos y echo de menos aquellas sesiones de cine que compartí durante treinta años con aquel grupo de cuarenta y tantos chavales, que luego, durante el resto del año, me llamaban por mi nombre y me daban besos y la mano cuando nos encontrábamos en Posada. Nunca se olvidaban de preguntarme que cuándo les iba a poner cine de nuevo.
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