Mis personajes favoritos (Nº 1).
Esta serie de MIS PERSONAJES FAVORITOS la empecé el 24 de junio de 2014 con la semblanza de mi hermano Juan Pedro. Hoy, 5 de abril de 2020, es su cumpleaños, y por eso me he permitido rehacer, ampliar y actualizar lo que había escrito de él aquí hace casi seis años:
Hijo de Pilar Pérez Bernot (la de la tienda de comestibles La Pilarica), y de Higinio Gumersindo del Río, y nieto de Pedro Pérez Villa (Pedro el Sordu) y de Aurora Bernot García, Juan Pedro del Río Pérez nació en 1957 en la Calle Mayor número 5 de la villa llanisca, encima de lo que es hoy el bar (o gastrobar) Pinín.
Aprendió sus primeras letras en la escuelina de Filo, al lado de casa, y después fue a las Escuelas Públicas, con los maestros don José y don Manuel. Pasó luego al colegio de la Divina Pastora, como alumno mediopensionista, y allí participaría, igual que los demás críos y crías, en los espectáculos teatrales que organizaban las monjinas y se representaban en el Cinemar, siempre con un lleno absoluto de público. También estuvo una temporada en el Colegio Menor de Juventudes.
Varios años, por la Guía, bailó la danza de los Arcos.
Aprendió sus primeras letras en la escuelina de Filo, al lado de casa, y después fue a las Escuelas Públicas, con los maestros don José y don Manuel. Pasó luego al colegio de la Divina Pastora, como alumno mediopensionista, y allí participaría, igual que los demás críos y crías, en los espectáculos teatrales que organizaban las monjinas y se representaban en el Cinemar, siempre con un lleno absoluto de público. También estuvo una temporada en el Colegio Menor de Juventudes.
Varios años, por la Guía, bailó la danza de los Arcos.
En Valladolid, en cuyo Colegio El Salvador estudió el bachillerato y las dos reválidas con una beca, practicaba el fútbol y el rugby, federado en ambos deportes (era la figura del Sava, el equipo de fútbol del que salían muchos jugadores para el Real Valladolid, entonces en la Segunda División del fútbol español). A los 18 años, formando parte del equipo de El Salvador, que entrenaba el mítico sacerdote francés Georges Bernés, era el jugador más brillante de la selección española juvenil de rugby. Su puesto era el de medio apertura. Cerebro del equipo, elegante, preciso a más no poder en todos sus movimientos, siempre con la cabeza levantada, era un excelente pateador y el eje en torno al cual se desplegaban sus compañeros. En Francia, en un partido entre las selecciones de ambas naciones, deslumbró a todos, como dejaron constancia los periódicos galos.
Muy poco después de eso, una gravísima lesión truncó su carrera deportiva y marcó su vida, pero su historial es el de uno de los más destacados jugadores asturianos de rugby en toda la historia.
Muy poco después de eso, una gravísima lesión truncó su carrera deportiva y marcó su vida, pero su historial es el de uno de los más destacados jugadores asturianos de rugby en toda la historia.
Hace ya varias semanas que no nos vemos, por el período de confinamiento a que obliga la pandemia del coronavirus. Hoy domingo le llamé para felicitarle por su cumpleaños. Como cada día, intenté descifrar ese vocabulario mínimo y minimalista con el que se hace entender. El ictus que le golpeó en julio de 2007 le dejó con un 82 por ciento de incapacidad. Desde el 7 de enero de 2008 (la fecha en la que suelen abrirse las cajas de los regalos de Reyes) Juan Pedro está en la Residencia Faustino Sobrino (el Asilo, según la hemos llamado desde siempre los llaniscos, la joya de la corona de las instituciones imnprescindibles con las que cuenta Llanes), y a diario muestra sobre el andador su lucidez, su gran entereza y su férrea voluntad de seguir estando, de seguir siendo, de mantenerse, sintiendo muy viva en el alma la fe en Dios. Las palabras que más emplea son “cosas” y “cosinas”, que adquieren en sus labios un valor universal y globalizado de comodín.
Percibe, cómo no, la epidemia que está sufriendo el mundo, pero mantiene la esperanza de que todo esto pase y de que él pueda volver a casa los sábados por la noche, a saludar a nuestro canario (“Pin”), a dormir junto al retrato al óleo de nuestra madre, pintado por Ramón Alzola, y a ir al día siguiente con Margarita y conmigo a tomar una tapa de mejillones a Ribadesella y a comer luego en el restaurante “Las MMM” de Posada.
No es fácil comunicarse con él a través del telefonillo. Tiene uno que dar voces, a veces, repetir las preguntas y navegar con paciencia en un discurso lleno de “cosas” y “cosinas”: “¿De qué me estás hablando ahora, Pedro?”, le pregunto, “¿de personas o de cosas? ¿De medicinas? ¿Necesitas pasta de dientes? ¿Pilas del transistor? ¿Se te rompieron otra vez los cables de los auriculares?” … Y así va uno descartando posibilidades hasta llegar a lo que es, al núcleo, a lo esencial, a lo que me quiere decir. Y cuando eso sucede, se le nota la inmensa alegría de sentirse comprendido.
Percibe, cómo no, la epidemia que está sufriendo el mundo, pero mantiene la esperanza de que todo esto pase y de que él pueda volver a casa los sábados por la noche, a saludar a nuestro canario (“Pin”), a dormir junto al retrato al óleo de nuestra madre, pintado por Ramón Alzola, y a ir al día siguiente con Margarita y conmigo a tomar una tapa de mejillones a Ribadesella y a comer luego en el restaurante “Las MMM” de Posada.
No es fácil comunicarse con él a través del telefonillo. Tiene uno que dar voces, a veces, repetir las preguntas y navegar con paciencia en un discurso lleno de “cosas” y “cosinas”: “¿De qué me estás hablando ahora, Pedro?”, le pregunto, “¿de personas o de cosas? ¿De medicinas? ¿Necesitas pasta de dientes? ¿Pilas del transistor? ¿Se te rompieron otra vez los cables de los auriculares?” … Y así va uno descartando posibilidades hasta llegar a lo que es, al núcleo, a lo esencial, a lo que me quiere decir. Y cuando eso sucede, se le nota la inmensa alegría de sentirse comprendido.
Esta semblanza no la va a poder leer, porque no tiene Facebook ni Internet, pero eso es lo de menos… Lo importante es que queda aquí escrita. ¡Un fuerte abrazo lleno de esperanza, hermanín!
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