sábado, 14 de marzo de 2015

FERNANDO HACES MARÍA, EL JIYU DEL GAITERU


Mis personajes favoritos (Nº 107). 

Hoy sábado, a eso de las veintitrés horas, Fernando cumplirá 67 años. Me saca una hora y media de ventaja. La noche del 29 de mayo de 1954, la comadrona fue a toda prisa al domicilio del matrimonio formado por Tomás Haces González y Salud María Osorio, en la Moría. Y allí nació al poco Fernando. ¡Albricias!, como decían las notas de sociedad de EL ORIENTE. Acto seguido, la comadrona encaminó sus pasos al Cuetu, a la casina en la que vivían quienes iban a ser mis padres, Higinio Gumersindo del Río y Pilar Pérez Bernot, y allí nací yo, recién estrenado el día 30 de mayo.
Así que con Fernando me vincula una suerte de fraternidad. Nos sentimos unidos en el alma, hermanados de alguna manera, como la Moría y el Cuetu, en el trajín de una comadrona a la que en aquellos benditos tiempos solía acumulársele el trabajo.
El abuelo de Fernando, Pedro Haces, que era de La Pereda, había emigrado a México DF, y se casaría allí con Guadalupe González, hija de un asturiano que regentaba comercios de calzado. El matrimonio tuvo cuatro hijos, dos hembras y dos varones, uno de los cuales fue Tomás (el padre de Fernando), al que trajeron a Llanes cuando tenía ocho años. Se establecieron en La Pereda y vivieron de la ganadería y del trabajo en el campo.
Tomás Haces se ganaría la vida como carpintero, albañil, cartero, madreñero y gaitero. Una persona muy querida por todos. Le recordamos tocando la gaita con la soltura de un virtuoso en la gran fiesta llanisca del 8 de septiembre, recortada su pequeña figura ante la fachada imponente de Villa Vicenta, (el palacio del Coju la Guía) cuando éramos unos críos.
La madre de Fernando, Salud, era de Sirviella de Onís y vino a Llanes de muy joven. Ella y su hermana Maruja trabajaron como sirvientas en la mansión de los Posada Miranda, hoy Casa Municipal de Cultura.
Fernando, que se ha quedado algo sordo de un oído desde hace unos años, debe de estar ahora un poco meditabundo, a punto de traspasar un nuevo cumpleaños, que es algo que siempre constituye un trance personal e intransferible, aunque se esté rodeado de una buena familia, como es su caso. Ya está jubilado, claro, y eso es algo que ha acentuado la serenidad que siempre le ha caracterizado. Mirando atrás, seguro que está recordando las veces que acompañó a su padre tocando el tambor, y los cuarenta y un años que trabajó en Telégrafos, primero destinado en Gijón, y luego en Ribadesella.
Casado desde 1977 con Conchita Santoveña Amieva, de Posada, el matrimonio tiene dos hijas, Rocío y Marina, y cuatro nietas: Daniela y Valeria (hijas de Marina), y Sofía e Irene (de Rocío).

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