Mis personajes favoritos (Nº 95).
CUANDO EL MUNDO SE LLAMA PARRES
El padre de Olga, José Luis Miyar, de Parres, fue panadero y tenía el horno en la Caleyona, el sitio donde nació su hija; fue también peluquero (trabajó con Pedro Conde y Mecu en la peluquería que estaba al lado de la confitería Vega) y madreñero. La madre, María Piedad González, modista, que era también de Parres, pasó en Venezuela cuarenta años.
El padre de Olga, José Luis Miyar, de Parres, fue panadero y tenía el horno en la Caleyona, el sitio donde nació su hija; fue también peluquero (trabajó con Pedro Conde y Mecu en la peluquería que estaba al lado de la confitería Vega) y madreñero. La madre, María Piedad González, modista, que era también de Parres, pasó en Venezuela cuarenta años.
Durante
ese tiempo, Olga quedó en su lugar natal al cuidado de María Blanco, que tenía dos hijos,
Ramón y Pepe Tamés Blanco, a los que siempre consideró como hermanos. Sólo una
vez viajó Olga a Venezuela, en 1967, y estando allí, por cierto, la pilló un
terremoto.
En 1958, con 9 años cumplidos, la hija de José Luis y Piedad ingresó en el colegio de la Divina Pastora. Estuvo interna cinco cursos, y allí coincidimos con ella mi hermano, Juan Pedro y yo, que éramos los más pequeños entre el alumnado mediopensionista. Olga nos protegía.
En 1958, con 9 años cumplidos, la hija de José Luis y Piedad ingresó en el colegio de la Divina Pastora. Estuvo interna cinco cursos, y allí coincidimos con ella mi hermano, Juan Pedro y yo, que éramos los más pequeños entre el alumnado mediopensionista. Olga nos protegía.
Las
monjinas nos dieron muy buenas enseñanzas. Por ejemplo, la afición a la música
clásica y el desparpajo para desinhibirnos en público, cuando actuábamos en
aquellas memorables funciones de teatro que organizaban las religiosas en el
Cinemar, con seiscientas almas (lleno hasta la bandera siempre) pendientes de
nuestros movimientos.
Pueblan nuestra memoria nombres esenciales: la madre Josefina (gallega y cocinera, que cuando nos castigaban a no salir al patio si no acabábamos de comer las patatas cocidas, aparecía ella sigilosamente para rescatarnos y vaciaba nuestro plato en su mandil sin decir ni pío); la guapa y elegante madre Luz Divina ("Ludivina", decíamos nosotros); la madre Auxilio (profesora de música, atrincherada al piano detrás de sus gruesos lentes de miope)… El de mayo era siempre el mes de las flores y de los cánticos a la Vírgen; los circos acampaban en la Campera, y la Vuelta Ciclista a Asturias tenía la línea de meta justo enfrente del colegio… Y junto a todo eso nos queda el recuerdo inquietante de una tarde, al salir del colegio ya casi de noche, cuando nos aterrorizó la visión del “hombre de la capa”, cuya figura, coronada con un sombrero cordobés, bailaba a la luz de un farol al fondo de la calle, cerca de la casa de Lalito...
Pueblan nuestra memoria nombres esenciales: la madre Josefina (gallega y cocinera, que cuando nos castigaban a no salir al patio si no acabábamos de comer las patatas cocidas, aparecía ella sigilosamente para rescatarnos y vaciaba nuestro plato en su mandil sin decir ni pío); la guapa y elegante madre Luz Divina ("Ludivina", decíamos nosotros); la madre Auxilio (profesora de música, atrincherada al piano detrás de sus gruesos lentes de miope)… El de mayo era siempre el mes de las flores y de los cánticos a la Vírgen; los circos acampaban en la Campera, y la Vuelta Ciclista a Asturias tenía la línea de meta justo enfrente del colegio… Y junto a todo eso nos queda el recuerdo inquietante de una tarde, al salir del colegio ya casi de noche, cuando nos aterrorizó la visión del “hombre de la capa”, cuya figura, coronada con un sombrero cordobés, bailaba a la luz de un farol al fondo de la calle, cerca de la casa de Lalito...
Las internas tenían el dormitorio en un edificio que estaba al
lado al colegio, una casa de estilo neogótico inglés proyectada a principios
del siglo XX por el arquitecto cántabro Pérez de la Riva (el mismo que había
diseñado el palacio del Coju la Guía). Hasta allí se acercaban los tunos a
rondar a las rapazas mayores.
Anualmente, salían a la calle de dos en dos a hacer la cuestación misionera del Domund. Carmen Villaverde Amieva, de Posada, y ella iban juntas siempre y hacían la primera parada en el domicilio de Saturno Gutiérrez González, encima de la zapatería La Sirena. Saturno, que había pasado en México gran parte de su vida y que había sido presidente del Club Deportivo Llanes en una etapa gloriosa del fútbol en Llanes, sacaba en seguida dos billetes de 100 pesetas: uno lo introducía en la hucha y el otro se lo daba a ellas de propina.
Olga obtendría en Madrid el título de taquígrafa y mecanógrafa, pero nunca llegó a ejercer como tal. Siempre estuvo entregada a la familia. De su matrimonio con Tómé Gutiérrez García, también de Parres, nacieron Warinka y Tomé. Quedó viuda en 2005.
Anualmente, salían a la calle de dos en dos a hacer la cuestación misionera del Domund. Carmen Villaverde Amieva, de Posada, y ella iban juntas siempre y hacían la primera parada en el domicilio de Saturno Gutiérrez González, encima de la zapatería La Sirena. Saturno, que había pasado en México gran parte de su vida y que había sido presidente del Club Deportivo Llanes en una etapa gloriosa del fútbol en Llanes, sacaba en seguida dos billetes de 100 pesetas: uno lo introducía en la hucha y el otro se lo daba a ellas de propina.
Olga obtendría en Madrid el título de taquígrafa y mecanógrafa, pero nunca llegó a ejercer como tal. Siempre estuvo entregada a la familia. De su matrimonio con Tómé Gutiérrez García, también de Parres, nacieron Warinka y Tomé. Quedó viuda en 2005.
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