jueves, 22 de julio de 2021

EMILIO GRANDE CRUZ, UN LLANISCO EN RIBADESELLA

 

Mis personajes favoritos (Nº 299).

Emilio pertenecía a un Llanes ya perdido, pero de ningún modo lejano ni olvidado: el Llanes del Cuetu; el de La Arquera y los cuadernos de caligrafía; el del mercado de los martes y las mantecas de Porrúa; el de sólo diez o quince coches en las calles, por donde deambulaban las gallinas a sus anchas; el Llanes de Teto y Domingo y el de los viajantes que bajaban del tren cargados de maletas con muestrarios; el de la banda de tambores y trompetas del Frente de Juventudes; el de la SADI; el de las películas dominicales de vaqueros en el Benavente; el de la lancha de Estanislao (la “Eloína”), que nos parecía enorme; el Llanes de las asturianadas de Tono “el Pitu”; el del “toca madera”, que voceaban los rapaces cuando veían pasar al “Mellizu”; el de la orquesta Los Panchines; el de Cosmín y Jordán; el de los golpes de la mar en la Barra; el de Cionina y Luquinas, que iban vendiendo a granel arena para fregar la vasa; el del Tour de Francia, con Balagué, Jan Janssen, Ocaña y los dibujos animados que nos dejaban ver en el Bar Colón, en Casa Ángel y en el Canene, porque de aquélla muy poca gente tenía televisión en casa; el Llanes de los apagones de la luz de la Bedón cuando había tormenta; el de las procesiones de Semana Santa y los sermones de don Gil desde el púlpito; el de las mujeres coronadas con el rueñu, que iban con sus calderos de ropa camino del Lavaderu… Todo ese mundo lo había vivido y lo había mamado Emilio Grande Cruz desde crío.
Hijo de Dionisio Grande y de Teodora Cruz Cruz.
Casado con Juana María Valle Rodríguez. Dos hijos: Iván y Amaya, y cuatro nietos: Alex, Eva, Víctor Ángel y Yohannes.
Tiene una hermana, Carmen, casada con Lucilio Cordero.
Sin dejar de ser llanisco, Emilio era un riosellano de adopción y devoción. Solíamos vernos en Ribadesella los domingos, antes de la pandemia. Coincidíamos con él en la sidrería La Marina, mayormente, y siempre salían a relucir en nuestras pláticas Llanes y el Cuetu.
Su madre, Teodora, había fallecido en mayo pasado, a los ciento dos años. Era muy estimada en la villa, donde se la conocía como “la Pañera”.
Él se nos fue el 14 de julio. Tenía setenta y tres años.

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