Mis personajes favoritos (Nº 233).
Nacidu en 1938, jiyu d’ un matrimoniu del Mazucu (Fernando Puertas Amieva y Josefa Haces Puertas, labradores los dos), Rogelio é com' un personaje de la mitología asturiana.
El padre, claru, se lo consentía todo, porque Rogelio fue siempre’ l críu de la casa pa todos, incluidas las sus hermanas, Francisca, Benina, Albertina y María Josefa. Él era’ l terceru de la prole.
Al padre lu llamaban “Tabasco”, porque había pasáu unos años en Méjico. Al volver d’ allí, i-tocó simultanear las labores del campu con las de partidor de fincas en las herencias, y cernía muchu por Porrúa, a Parres y onde fuera, siempre a pie.
Rogelio ayudaba en las faenas de casa, y a l’ escuela iba sólu cuando l’ era posible o cuando i-daba por la gana.
Ya de mozu, l’ andaba todo, y no perdía una romería o verbena aunque lu picaran. Iba a las fiestas a bordu de los autocares de Mento, y, a menudu, los indianos lu llevaban con ellos a correla a base de bien, con sombreru y un puru d’ aúpa, como ellos. M’ acuerdo de velu en Santa Marina, nel Carmen de Celorio, nel Cristo de La Portilla, en los Santucos de Porrúa, en Santiago de Posada… Siempre fue muy amigu de llevar con él caramelinos pa regalar a la gente, sobre todo, pa da-i-los a las mocinas guapas.
Se-i dio siempre muy bien trabajar la madera, nel taller que tenía nel Mazucu al láu de la casa familiar: cunas, banquetas, praderas… Lo vendía por los mercaos y en la ferretería de Posada.
En veranu subía a lo más altu de la Sierra de Cuera, desde’ l Mazucu al picu de Los Resquilones, y dormía n’ un pequeñu refugiu de piedra. Engoláu allí, tenía la misión de vigilar si se declaraba algún incendiu. A aquel puntu d’observación, que luego sería conocidu como “la caseta del enanu, subían puntualmente a llevalu la comida y pilas pal transistor.
Un hombre como esti, con tanta sigularidá y tanta historia detrás, tien, desde luego, mimbres de personaje de cine, y por eso no é d’ extrañar que Gonzalo Suárez lu metiera como actor secundariu en algunas de las sus películas.
Desde hace un añu, Rogelio tá nel asilo, en la residencia Faustino Sobrino. Perdió muchu oído, pero la vista la tien como siempre, igual que cuando oteaba el paisaje desde Los Resquilones en busca del fuegu. Jaz pocu escribí en LA NUEVA ESPAÑA un artículu sobre él, y debió de leéselo algunu. Seguru. L’ otru día que fui por allí me vio de lejos, desde su silla de ruedas y desde’ l rincón de la su sordera, y sacó una sonrisa de pícaru. M’ acerqué, me dio una manina y me dijo:
- “¡Buenas perras t’ habrán dáu, jodido!”
Al padre lu llamaban “Tabasco”, porque había pasáu unos años en Méjico. Al volver d’ allí, i-tocó simultanear las labores del campu con las de partidor de fincas en las herencias, y cernía muchu por Porrúa, a Parres y onde fuera, siempre a pie.
Rogelio ayudaba en las faenas de casa, y a l’ escuela iba sólu cuando l’ era posible o cuando i-daba por la gana.
Ya de mozu, l’ andaba todo, y no perdía una romería o verbena aunque lu picaran. Iba a las fiestas a bordu de los autocares de Mento, y, a menudu, los indianos lu llevaban con ellos a correla a base de bien, con sombreru y un puru d’ aúpa, como ellos. M’ acuerdo de velu en Santa Marina, nel Carmen de Celorio, nel Cristo de La Portilla, en los Santucos de Porrúa, en Santiago de Posada… Siempre fue muy amigu de llevar con él caramelinos pa regalar a la gente, sobre todo, pa da-i-los a las mocinas guapas.
Se-i dio siempre muy bien trabajar la madera, nel taller que tenía nel Mazucu al láu de la casa familiar: cunas, banquetas, praderas… Lo vendía por los mercaos y en la ferretería de Posada.
En veranu subía a lo más altu de la Sierra de Cuera, desde’ l Mazucu al picu de Los Resquilones, y dormía n’ un pequeñu refugiu de piedra. Engoláu allí, tenía la misión de vigilar si se declaraba algún incendiu. A aquel puntu d’observación, que luego sería conocidu como “la caseta del enanu, subían puntualmente a llevalu la comida y pilas pal transistor.
Un hombre como esti, con tanta sigularidá y tanta historia detrás, tien, desde luego, mimbres de personaje de cine, y por eso no é d’ extrañar que Gonzalo Suárez lu metiera como actor secundariu en algunas de las sus películas.
Desde hace un añu, Rogelio tá nel asilo, en la residencia Faustino Sobrino. Perdió muchu oído, pero la vista la tien como siempre, igual que cuando oteaba el paisaje desde Los Resquilones en busca del fuegu. Jaz pocu escribí en LA NUEVA ESPAÑA un artículu sobre él, y debió de leéselo algunu. Seguru. L’ otru día que fui por allí me vio de lejos, desde su silla de ruedas y desde’ l rincón de la su sordera, y sacó una sonrisa de pícaru. M’ acerqué, me dio una manina y me dijo:
- “¡Buenas perras t’ habrán dáu, jodido!”
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