De crío, Rafael Florenti frecuentaba el Círculo Republicano (edificio que conocemos como la "Casa de Babilonia") en la plaza de Santa Ana. Entre los años 1931 y 1934, iban con él otros niños de familias humildes. El arquitecto municipal, Joaquín Ortiz, les daba en la primera planta, gratuitamente, por las tardes y durante una hora y media, clases de Matemáticas, Física y Dibujo Lineal. A Ortiz, que era un altruista, socialista y masón, le guiaba el propósito de contribuir a mejorar la formación de aquellos críos en alpargatas y con remiendos en los calzones cortos (tan en desventaja en relación con los hijos de los burgueses). Quería ayudarles a defenderse en la vida. Entre los chavales estaba Jesús (Chicho) Pérez Bernot, hijo de Pedro “el Sordu” y tío mío, que aprendió a construir una yola a partir de un manual ilustrado de bricolage que encontró en una balda. (Chicho haría una piragua con sus propias manos y desaparecería en la mar, entre Celorio y Llanes, el último domingo de agosto de 1934).
Rafael había nacido en 1925, en una casa de la calle Mayor que da a la dársena, hijo de Rafael Florenti Peláez, maquinista y mecánico de barco con apellido de origen genovés, y de Carmen Carriles Crespo, los dos de Llanes. Tenía tres hermanas, Carmen, Esther y Rosalía, y él era el pequeño.
El abuelo materno, Pedro Carriles, que daba clases particulares de inglés, era un personaje fuera de lo corriente. Nacido en Villahormes, había emigrado de joven a Norteamérica, a finales del siglo XIX, y allí se abrió camino y aprendió el idioma. Tenía el hándicap de una cojera congénita, pero consiguió un empleo de lector de español en una tabacalera. Se adaptó a la vida norteamericana y a punto estuvo de contraer matrimonio con una gringa, pero la vida le devolvió a Llanes, y aquí se casó con una moza de Hontoria, Concepción Crespo.
Su nieto Rafael Florenti Carriles, tras estudiar en La Arquera, empezó a trabajar en seguida. Se colocó en la delegación de Abastos, en los bajos de la Casa Consistorial, y le tocó luego ir a la mili. Cuando la terminó, sacó por oposición un puesto en el Banco Asturiano, en 1951, donde desarrollaría su carrera profesional. Fue director de la sucursal de Infiesto y, tras la absorción del Banco Asturiano por el Banco de Bilbao, le nombraron apoderado de la oficina central de Oviedo. Con su esposa, Carmen Rozas Guijarro, formó una pareja ejemplar. De las que gusta tener como vecinos. Tuvieron cinco hijos: Rafael, Ricardo, Juan, Ana Carmen y María.
Daba gloria oírle cantar. Tenía una voz de bajo como para ilustrar un cuento de Hoffmann. Ya de crío, cantaba en el coro parroquial (la “Schola Cantorum”), fundado y dirigido por el párroco Marino Soria, y en él continuaría bajo la batuta de Antonio Moriyón, el sochantre. A ese mismo coro, que sigue vivo en nuestros días, se reincorporaría Rafael al jubilarse. Formaba tándem con Vicente Guitián, otro bajo de pegada, tanto en la “Schola Cantorum”, bajo la dirección de Antonio Cea, como en la “Capilla Clásica de Llanes”, puesta en marcha por Jaime Sierra.
Grande como un castillo, activo, jovial e irónico con finura hasta el final de sus días, Rafael Florenti falleció en abril de 2016 a los 91 años. La foto que pongo aquí se la hice unos meses antes, en la terraza del Bar Uría.
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