domingo, 7 de septiembre de 2014

RAMÓN MELIJOSA CUEVAS (EL PARRÁU)


Mis personajes favoritos (nº 22).

Ramón, nacido en la calle Mayor de Llanes en1928, empezó su oficio de peluquero en junio de 1941, cuando todavía estaba estudiando en La Arquera. Bien es verdad que, poco antes de eso, estuvo a punto de convertirse en tejero. Un hermano de su madre, Eliseo Cuevas, que estaba de encargado de una tejera en La Bañeza, ya tenía preparado todo para que el rapaz marchara con él a tierras castellanas en las vacaciones escolares de verano, pero a última hora hubo un cambio de planes. La hermana mayor de Ramón, Justina, estaba casada con José de la Fuente García, de La Portilla, quien tenía un hermano, Ramón de la Fuente García, que llevaba una peluquería en la calle del Castillo, y en seguida metieron a Ramón de aprendiz en la barbería, para que empezara a ganarse el pan. Ahí se inició para el chaval una carrera de peluquero que se prolongaría durante cincuenta y dos años. Ramón suele decir que se libró de ir a la tejera “por los pelos”.  

Su güelo paterno, Nicolás Melijosa Mendiola, marinero, estaba casado con María Gómez. Los de Santander, tenían cinco hijos: Magdalena, Josefa, Joselito, Manuel y Rosa Melijosa Gómez, todos ellos nacidos igualmente en capital cántabra. En 1897, Nicolás se trasladó con su familia a Llanes, para continuar su trabajo de pescador enrolado en alguna lancha llanisca. Primero vino él solo, para preparar el terreno, y luego lo hicieron su mujer y sus hijos. Josefa se casaría con Cayetano Herrero ((Tin-Tán), que serían los padres de dos legendarios marineros llaniscos, Estanislao y Tisto, y de Raquel; Joselito se casaría con Ángeles Carriles, “la Carrilana”, y Manuel, con Pilar Cuevas Díaz, “la Parrada”. (Manuel y Pilar serían los padres de Ramón).

Nicolás quedó viudo en Llanes y contrajo nuevas nupcias con Justa Portilla Portilla, “la Chuvasca”, de Cue. Fallecería en 1920.

“La Parrada”, natural de Piñeres de Pría, había venido a la villa a servir, a la edad de trece años. Tras casarse con Manuel Melijosa Gómez, la pareja se estableció en la calle Mayor, en un piso al lado de la callejina de las Brujas, y tuvo siete hijos: Justina, Manuel (Manolo, “el Parru”), Pilar, Ramón, Ángeles, Josefa y Mariluz, que fallecería a los siete meses. Era una de aquellas heroicas pescaderas que recorrían las calles con un cesto de mimbre posado en la cabeza sobre el rueñu, vendiendo el pescado a voces. Mujeres de remangu, fuertes y valientes que cogían el tren con su mercancía a cuestas, para venderla por los pueblos y por las remotas aldeas. Aunque estuvieran a punto de dar a luz, pateaban kilómetros vendiendo sardinas, bocartes y fanecas, hasta la hora de coger el tren de vuelta.

 

En 1946, Ramón conoció a Loli (la que sería su mujer). Ella tenía catorce años, y él diecinueve. Curiosu, moceru y muy formal, Ramón no bebía, ni fumaba, no era mal habláu y le gustaba ir siempre limpio.

Loli vivía en el Cuetu. Su madre, Gloria Laso Gómez, de La Borbolla, hacía las veces de apoderada de su cuñado José Díaz, indiano adinerado establecido en Chihuahua (México) y marido de Teodora Laso Gómez. En nombre de Díaz, Gloria compró a la familia García Gavito (“los de la Tahona”) el edificio que había diseñado en los años 30 el arquitecto Joaquín Ortiz como clínica del doctor José María García Gavito.

El histórico inmueble, desgraciadamente demolido a finales de los 80, había sido durante un breve tiempo, al acabar la Guerra Civil, instituto de segunda enseñanza. José Díaz lo convertiría en el glamuroso Hotel México, y pondría al frente de él a Gertrudis Laso Gómez, casada con José Noriega Fernández, “Peroles”, y hermana de la suegra de Ramón.  

Ramón y Loli se casaron en la iglesia de Santa María de Llanes y formaron una gran familia, de esas que uno siempre quiere tener de vecinos. Tuvieron seis hijos: José Ramón, Antonio Manuel, María Dolores, Alicia, Roberto (que murió de crio) y Gema, así como siete nietos y siete bisnietos.

Ramón sintió desde joven vocación de periodista e investigador de la historia local. (Me acuerdo de que su hermano Manolo “el Parru”, que era muy célebre, le llamaba “Matías Prats”). Todo lo que lleva recopilado y escrito como autodidacta en su vieja máquina Olimpia tiene que ver con episodios vividos por él en aquel minúsculo y entrañable universo llanisco, que en nada, absolutamente en nada, se parecía al Llanes actual. La xíriga (el lenguaje de los tejeros), de la que es un cualificado experto, es su tema favorito de conversación. En 1995 publicó un diccionario que es una útil y solicitada herramienta de apoyo para los estudiosos del asunto. También es autor de un libro entrañable, “Pequeñas historias de Llanes”, en el que vuelca con maestría y naturalidad sabrosos recuerdos de una fecunda existencia.  

Colaboró en el semanario EL ORIENTE DE ASTURIAS, y su peluquería, al lado de la librería de Joaquina, era una universidad popular y un foro en el que, entre aromas de Varon Dandy, fluía una información sustancial sobre el pasado y el presente de Llanes. Fue también un riguroso y entusiasta organizador de eventos deportivos (muchos de ellos relacionados con el ciclismo y los bolos). Puso muy alto el listón (imposible de igualar hoy, probablemente) cuando organizó con Caja de Ahorros de Asturias y el eficiente Centro de Iniciativas y Turismo (a cuya directiva pertenecía) el I Cross CIT “Oriente de Asturias”, en plena Semana Santa de 1979. Una prueba pionera, perfecta en su diseño y ejecución, de 8 kilómetros de recorrido, con meta delante del Hotel Montemar, que tuvo un gran eco en los medios de comunicación asturianos y una participación de los mejores fondistas de la región. Algo irrepetible.   

 

Hasta hace poco, le veíamos por la calle con Gemina (un ángel que no puede valerse por sí mismo), andando siempre despacio, camino de las Malvinas, cuando ya habían fallecido sus hijos varones, Mon y Toño (tan jóvenes para morir), y Loli, su inseparable compañera de toda la vida. Murieron los tres, uno detrás de otro, en un corto espacio de tiempo, y Ramón ha sabido encajar los golpes con resignación cristiana y entereza de tamargo, o de marinero. En todo momento está muy pendiente (como lo ha estado siempre) de su hija pequeña, que nunca se duerme por las noches si no está él al lado de su cama cogiéndole las manos de uñas pintadas (porque Gemina es muy coqueta, como tiene que ser) y dándole un besín en la frente.

Bendito sea Ramón. Bendita su estampa. Benditos sus noventa y dos años cumplidos. Bendito su ejemplo.         


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