domingo, 7 de septiembre de 2014

JUANITA VARELA DOSAL


Mis personajes favoritos (Nº 20).

A Juanita Varela Dosal, nacida en Pancar en 1932 y criada en Llanes, la llevamos en el corazón varias generaciones de llaniscos. En su puesto de churros en el muelle se convirtió en un paradigma, en una figura amable y familiar con la que se fueron encariñando, también, tanto los turistas de segunda residencia como los viajeros y visitantes de estancias breves pero repetidas. La conoce todo el mundo.
Con nueve o diez años de edad, y con mucho luminoso remango en una época de “jambre” y miserias cotidianas, Juanita solía acercarse a casa de Pedro Pérez Villa (“el Sordu”) y Aurora Bernot García, un entrañable matrimonio que tenía nueve hijos y vivía en el Barrio. Iba allí a empezar a ganarse la vida con su esfuerzo. El Sordu era albañil, mariscador y pescador de caña, y Aurora cosía. En la casa, humilde y llena de vida, de aquella santa pareja, Juanita echaba una mano. Barría hilos y trocinos de tela de mahón, con la que Aurora hacía los calzones de los marineros, y luego, con una lecheruca en la mano, iba a buscar la leche como una centella. El sitio donde se despachaba estaba en el Cotiellu (era el local en el que, muchos años después, tendría Juanjo Llamazares su taller de electrónica), atendido por dos mujeres: la corita Teresa (la madre del que habría de ser luego el párroco más querido de Llanes, Luis Díaz García) y Amparo. Juanita recibía por aquel trabajo un bocadillo o un platín de lo que andaba cocinando en el puchero Aurora ese día, y volvía a su domicilio, o a jugar en la calle con otras crías.
Juanita se casó con Arsenio Torres Crespo, un buen hombre de Bustio. Emigraron a Australia, donde estuvieron trabajando siete años (ella, primero, en un hotel, lavando y planchando sábanas y manteles, y más tarde en plantaciones de tabaco).
Cuando regresaron, Juanita tomó el relevo de María Quiroga Asueta como encargada de la playa del Sablón en verano. Se ocupaba del cuidado de las casetas, las duchas, los palos para las sombrillas de los bañistas y del chiringuito al pie de las murallas medievales (una caseta colorista y minimalista, muy bien surtida), en el que daba gusto tomar una cerveza con patatas fritas después de jugar un partidín de fútbol en la bajamar y de darnos un prolongado calumbu de película. Llanes, de aquélla, no sufría, ni remotamente, la masificación que sobrevendría después.
Arsenio y Juanita atendieron el Sablón durante más de dos décadas. Les tocó sufrir desgracias familiares cuando aún estaban en plena lucha por la vida y por sus hijos, y supieron sobreponerse. Él ya no está entre nosotros. Ella abrió en la plaza del Muelle un puesto de churros y nos endulzó a todos un poco la vida. Trabajadora y luchadora como la que más. Pequeñuca, pero fuerte como una roca. Es historia viva de Llanes.

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