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miércoles, 1 de diciembre de 2021

CARLOTA PELLÓN LIZAMA: EL DISFRUTE DE LO COTIDIANO, CAMINO DE LOS CIEN AÑOS


Mis personajes favoritos (Nº 303).

Carlota nació en Cimiano, Peñamellera Baja, el 17 de mayo de 1922, hija de Francisco Pellón Macho, de Cabezón de la Sal, y de Asunción Lizama Díaz, de Cimiano, que se dedicaban a la labranza y tenían algo de ganado. El padre trabajaba también en la construcción y fue uno de los obreros que levantaron la Casona de Collao, en Cimiano, propiedad de un hombre que tenía plantaciones de tabaco en Cuba.
Como tantos otros, y animado por aquel indiano, Francisco Pellón probó fortuna en América. Para poder pagarse el pasaje vendió una vaca, y en 1927 salió del puerto de Santander a bordo del vapor “Alfonso XIII”, con destino a La Habana, adonde llegaría tras hacer escala en Nueva York. En Panes, adonde se había trasladado con su familia antes de partir, quedarían su esposa y los hijos: cinco niñas (Jesusa, Teresa, Luisa, Ana y Carlota) y un rapacín (Pepe). Francisco trabajó en una tabacalera del potentado de Cimiano, pero su estancia en la isla caribeña duró poco más de dos años, al cabo de los cuales tuvo que repatriarse, aquejado de una dolencia.
Carlota Pellón Lizama (nuestra Carlotina) pasó la mayor parte de su vida en Panes. En cuanto a los hermanos, Susa formaría su familia en San Sebastián; Teresa, Luisa y Ana emigraron al extranjero (las dos primeras regresarían al cabo de un tiempo y se establecerían en Donosti, mientras que Ana se quedaría en Madrid); y Pepe, después de trabajar unos años igualmente en el exterior, se quedó a vivir también en la capital de España. Teresa y Carlotina permanecerían solteras.
Lota, como la llaman los de Panes, trabajó desde cría en el campo, y después se ganó la vida sirviendo en casas de Peñamellera y Llanes. Siempre dio pruebas de su seriedad y de su esmero en hacer las cosas bien.
Vive en la villa de Posada Herrera (en la residencia del ERA) desde hace unos años.
Dos veces por semana la sacan a pasear en su silla de ruedas, una hora en cada ocasión, que supone para ella el reencuentro con lo cotidiano, mientras se le aviva el océano, inmenso y sosegado, de sus recuerdos.
Había sido muy aficionada a la pintura y a los trabajos manuales, especialmente el ganchillo y la costura, que se le daban muy bien, pero esas actividades ya no las puede hacer, por culpa de una artritis que afecta a sus manos.
Le gusta estar arreglada y posee una elegancia natural. Consciente de todo y atenta a los detalles, Carlotina saborea cada fracción de segundo en esas vivificadoras excursiones. No puede expresarse verbalmente, pero eso no impide que podamos entenderla y establecer un diálogo con ella. Basta con mirar a sus ojos para darse uno cuenta de lo que disfruta recorriendo con su acompañante la calle Nemesio Sobrino. Se asoman juntas al Sablón, ven los relojes de los escaparates de “Monje” y “Cuende”, toman un refresco en la terraza del “Cristal”, o de “El Bodegón”, o del “Uría”, y se detienen en el Paseo, porque lo que más le gusta a Carlotina es contemplar a los críos: verles brincar, reír y jugar; estar cerca de ellos y de su bendita inocencia.
Carlotina cumple hoy 100 añinos. ¡Felicidades y un beso de todo corazón!


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